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esquivo mirar al denegarme lo que un runa jamás niega, la hospitalidad de su techo de paja esté o no en buenas condiciones. Por lo demás el tiempo no anuncia lluvia. Hay algo extraño en el ambiente, evidenciándose no sólo en esa destemplada negativa, también en el aceleramiento del trato o el desinterés por nuestra venida. ¿Cuándo se ha visto a un patriarca indígena como éste, experto en abandonos, padre del yermo (aquí, del bosque), ganar tiempo para sacarte de su casa o, peor, hacerlo sin husmear todas tus intenciones o siquiera descubrir el pastel de tu llegada? - Bríndeles una bebidita -dice Arsenio. Y para nuestro estupor nos ofrecen en tarros de plástico una peste dulzona, roja de polvos 'Fresco Solo', de un sabor tal que hace de la Cocacola un pistonudo rioja alavés. Ahora comprendo que alguna desgra– cia irreparable les acogota, pues un indio que se precie jamás se rebajará a semejante pestilencia en su propia casa. ¡Quién te ha visto y quién te ve. Arsenio, antes tú chichabas tanto y ahora no puedes beber!, pienso compadecido y dispuesto a salir corriendo, que esto no es líquido para remojar las palabras, menos aún para soplarse hasta alcanzar el tono justo y necesario para el rito de la tertulia. En estas y estotras la noche se llega despacito, las estrellas conversan en voz baja, y no tenemos dónde caemos muertos. Estamos como para coplas de pie quebrado. Echamos la canoa a nado, surcando al tiento, esquivando palos en la corriente, queriendo ver alguna luz amadrigada en sus riberas ya descoloridas, lunares. El destacamento militar de Zancudo estámuy cerca, pero caer ahí eso sí sería estar fuera de Dios y apearse por la cola. - ¡Por ahí se ve una casa! -dice Santos. Un runa con estas luces ve donde hay y donde no hay. - ¡Vamos! Sí, hay una casa plantada en la loma como un nido gigantesco; ahora falta averiguar si nos dejan practicar nuestro viejo oficio de cucos. Por primera providencia asoman tres o cuatro perros que, si bien están en la espina, arman un zurriburri de hundirse el mundo. 103
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