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caminen por todo, nadie les va amolestar; además, para que se diviertan, haré pasar ante Vds. toda clase de homínidos aver quién les pone el apodo más gracioso". Por eso todavía hoy los turistas acuden incesantes al mandato del dios y lucen sus encantos para solaz de galápagos e iguanas. De su parte, los ecologistas nacionales ponen sus ojos en el Oriente, la tierra de promisión -las novísimas creaciones del petróleo o la minería se encuentran acá- para no pocos; algunos de ellos la conocen más que nada a base de tarjetas postales estudiadas con mucho esmero. Quizá por ello se apresuran en ciertas sentenciasno del todo sapienciales. Escojamos una al azar: "los indígenas sonlos primeros ymás auténticos conservacionistas". Eso es algo casi tan asombroso como decir: los visigodos fueron delicados ecologistaspues noutilizaronbuses articulados. ¿Eranconservacionistas? Almenos no parecían coincidiren losmétodos, quizá tampoco en los fines. ¿Lo serán estos runas que cruzan a la isla de los monos -donde los dueños del turismo ecológico desterraron a unos micos para admiración de exóticos mirones- a merendar un mono fácil? EL LABERINTO NEGRO Surca la canoa ante el libro abierto de la selva, es tiempo para leer. Claro está, si uno es capaz de entender esa escritura del país de las maravillas, esos diálogos selva/río, entre dos espejos. En estos días en que tantos se esfuerzan sobremanera para pensar tan poco y despachar la intrincada historia de estos parajes con obviedades tan geniales como eso de "500 años de resistencia o evangelización" (porque la infancia es inmarcesible y nos sigue encantando jugar a buenos ymalos, a policías y ladrones, en fin, si se trata de machitos, a ver quién mea más alto), tengo ante mí el paisaje inmortal del laberinto. No es sólo una metáfora. Estamos entrando en la boca del río ahora llamado Lagarto Cocha (Laguna de caimanes). Son palabras quichuas, un idioma desconocido en esta parte de la selva hastavarios siglos después de la conquista española. 99