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que más de un hermano se viera en la necesidad de interrumpir una lectura que pudiera resultarle no sólo "crítica", sino un tanto polémica. Reconozco y con serenidad que, efectivamente, la redacción de estas páginas responde a una visión crítico-constructiva. Digo, sin rubor, que traduce y da a conocer las experiencias sentidas vivamente, primero, como religioso agradecido por la vocación y reconocido por el peculiar carisma franciscano-capuchino; luego, como hombre de praxis curial o adminis– trativa, en muchos cortos años enMadrid, y menos, pero largos, en Roma, y, finalmente, como experto que ha gastado bastantes horas en escribir y resolver cuestiones jurídicas, en actitud de servicio, pastoral de verdad y auténtica. A través de la lectura de estas páginas, -presentadas en la colección OPI, a la que expreso mi reconocimiento y agradecimiento por la acogida y atención-, como de las demás publicadas en las revistas a las que me refiero, de inmediato, puede fácilmente advertirse el continuo reclamo o apelación a que nuestro patrimonio espiritual, carisma, vocación, mi– sión..., programa de vida, venga, de una vez, tratado y presentado, al igual que otros carismas o patrimonios espirituales, los propios de tantos institutos religiosos, mediante la elaboración de dos textos tan distintos, las Constituciones y el código aditicio, entre nosotros Ordenaciones. He tratado de explicar la posición, dando los razonamientos pertinentes. El Patrimonio espiritual de los Hermanos Menores Capuchinos merece una presentación y un tratamiento digno y actualizado, realizado, desde luego, en clave de fidelidad franciscano-capuchina, tomando alguna distancia respecto a la cultura o sociedad actual, pero, al mismo tiempo, en clave también teologal-existencial-jurídica creativa o contexto social, en respuesta y de acuerdo con los signos de los tiempos, o sociedad de cambio, que nos piden un inclinarse hacia el mundo y nos hablan de distanciamiento respecto de él. Soy consciente que resulta muy problemático, siempre delicado, primero, conocer, luego, dar forma concreta o plasmar en orientaciones espirituales una cierta doctrina y, más en particular, traducir en normas de vida, más que de conducta, una serie de consideraciones teológicas, espirituales, bíblicas, exegéticas, filosóficas, psicológicas, etc., las que, 6

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