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Dice la constitución 59,6: "No nos apropiemos los dones de la naturaleza y gracia como dados para nosotros, antes bien tratemos de ponerlos enteramente a beneficio del pueblo de Dios". La pobreza interior está hecha de cosas, en ocasiones y a primera vista, de escaso valor y significado. Miradas y practicadas estas cosas de escaso valor y significación con amor y perseverancia, transforman al capuchino y producen en el mismo ese sentimiento de agradecimiento por los bienes temporales que es requerido por la constitución 59,7 en los siguientes términos: "Usemos con agradecimiento los bienes temporales, compartiéndolos con los necesitados y dando, al mismo tiempo, testimonio del recto uso de las cosas a los hombres que las ansían con avidez". El requerimiento de un uso agradecido de los bienes temporales supone un giro de 190 grados en los métodos educativos, aún presentes y, en algunos casos, como arrastrados desde un pasado un tanto maniqueo. La pobreza evangélica que es la estupenda herencia espiritual que san Francisco de Asís como un hombre que "no era un pobre que no quería ser rico, sino un hombre que se había hecho pobre". Dirks expresa así su pensamiento: "Nunca se insistirá demasiado en el carácter peculiar de su predicación. No predicaba la justicia, no predicaba un equilibrio económico. Es verdad que exhortaba a los ricos a dar limosna; es verdad que exigió a un hermano que quería unirse a su grupo que diera sus bienes a los pobres. Pero su principal preocupación no era tanto el pobre que recibía la limosna, cuanto el que la daba. La amenaza de la riqueza le preocupaba más que el hambre de los pobres. Dar al pobre lo que necesita es natural, pero no pasa de ser una muestra de fraternidad y hermandad; no tiene nada que ver con Dama Pobreza. Aunque no hubiera ningún pobre, para recibir, Francisco habría arrojado sus pertenencias en el primer barranco que hubiera encontrado, para deshacerse de ellas, para no depender de ellas. Y su renuncia, sobre todo al dinero, fue tan lejos que los miembros de la orden no deben admitir nada, ni siquiera para dárselo a los pobres. No deben recoger un dinero que se encuentren en el camino, ni para devolverlo a su dueño, sino que deben pisotearlo. No cabe duda que los frailes menores serían útiles a los pobres si, como intermediarios, aceptaran limosnas y dinero de los ricos para dárselo a los pobres. ¡Pero ni siquiera eso! Francisco no quiere ni oír hablar de ello. La orden franciscana no es una orden de caridad. Vive la pobreza evangélica y predica la paz de Cristo. ¡Nada más!". DREWERMANN, o.e., p.610 104

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