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ERAMOS NIÑOS Eramos niños y nuestras voces eran palpitaciones, gorjeos, vuelo de la inocencia en el aire de la capilla. Yo estaba distraído mientras como abejas, en primavera, de oro, murmuraban en torno a mis oídos cien voces suplicantes; No te he rezado mucho de niño, Madre, Mas nunca como entonces te he sentido tan cerca y me has asido, tan fuerte y suavemente, mi mano con tu mano. Después, cuando la juventud, como si fuera un horno, puso rusiente mi carne hasta los huesos, cuando aprendí que el corazón tiene volcanes, te recé con la voz enronquecida, y tensa la mirada, disparándote al rostro mis ojos en dolorosos éxtasis. 31
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