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cadena, alguna de ellas posibilitó la legalización del territorio huaorani, el respeto nacional por ese pequeño pueblo, el fortale– cimiento de las organizaciones indígenas, el respeto indígena hacia muchos eclesiásticos y, también una remezón misional en el conjunto de la iglesia ecuatoriana. Tal vez era preciso que un justo muriese por la salvación de un pueblo. Gestos o, mejor, prácticas como las realizadas por los misione– ros en apoyo de la cultura, organización, territorios indígenas tienen también sus ribetes proféticos; acaso debido a ello son requeridos desde otros ámbitos del país. La insistencia en exten– der la coordinación de la pastoral indígena a todo el Oriente, iniciada con el documento sobre la· tierra, continuada hasta hoy en diversas facetas del misionar, puede formar parte también de una práctica anunciadora de formas originales de iglesia india. Y el hecho de que la gran mayoría del pueblo pobre oriental, colono o indígena, considere a los misioneros como cercanos, acuda a ellos en los momentos de necesidad y de protesta, la sensación popular de sentirlos de su lado dentro de una sociedad tan extrema en sus tensiones, todo esto tiene acaso algo de profético o pregonero de una paz basada en la justicia. O, en otras palabras más arriesga– das, forma parte de un intento misionero de hacer con las gentes una progresiva historia de salvación. Pero si el profetismo entre nosotros ha tenido alguna intensi– dad interna ha sido, sobre todo, a partir de la vida de ciertas "venerables barbas" o veteranos misioneros. Pongamos cuatro nombres haciendo traición a otros, pues estos cuentan con al menos veinte o treinta años de permanencia entre nosotros: Miguel de Huarte, Gerardo de Erro, Camilo de Torrano, Jesús Langarica. Su mérito y ejemplo no consistió, sólo ni principal– mente, en el trabajo de sus años jóvenes, sino mucho más en la permanencia en la heredad. Y, el más difícil todavía, en su enorme sacrificio para acompañar la alternativa de las jóvenes generaciones, equilibrando así una continuidad que de otra forma no hubiera sido posible. Ser profetas, serlo en casa, y no creérse– lo, son quizá las facetas de su título más glorioso. 61

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