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son tenidos en nada y condenados, según todas las predicciones más científicas, a desaparecer. Cuando en 1977 Alejandro solicitó el reconocimiento estatal y social del territorio de los huaorani, se le consideró como un iluso sentimental; esa es hoy la bandera de todas las organizaciones indígenas, el orgullo político del gobierno que, mucho después, en parte lo concedió. 47
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