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indígenas. Los capuchinos marcaron la pauta donando todas sus posesiones a la Prefectura y esta a su vez terminó desprendiéndo– se de tierras y ganados. Se decidieron· por una dedicación más específicamente pastoral de los sacerdotes y un alejamiento progresivo en los no clérigos de las responsabilidades administra– tivas traspasándolas a los seglares. Pues, merced al celo y laboriosidad de algunos hermanos, los capuchinos habían llegado a contar, si no con grandes posesiones, sí ~on la mejor ganadería de la región. Tal cosa saltaba a la vista, estaba en lengua de todos, y los capuchinos eran muy sensibles a esos comentarios, incluso a la posición social considerada, en último término, como antitestimonio. Por otro lado, quisieron impulsar un proyecto de ayuda familiar, tal como había sido aprobado en una de sus asambleas. Consistía en proveer de tierras y, sobre todo de ganado, a indígenas o colonos recién llegados, como incentivo para mejorar su posición económica. La decidida posición de Mons. Jesús Langarica en todo este proceso de evaluación y discernimiento resultó decisiva. Esta decisión se revela, en muy poco tiempo, como crucial, pues los misioneros, si bien van a pasar años de penuria económi– ca, aparecerán más libres, sin asalariados ni amplias posesiones, dentro de una institución que no se agiganta con el rápido desarrollo de la región, sino más bien acierta a mantener su acción social sin estar en el grupo de los poderosos. 2.9. ¿Qué reflejos tienen años tan singulares en la vida inter– na capuchina? Ya vimos el contexto general eclesial y religioso que pedía una redefinición tanto de la figura individual del capuchino como de su actividad apostólica. Aquí los misioneros vivieron a fondo ese tiempo de búsqueda, revisaron sus actuaciones, ensayaron formas nuevas. Para ello era necesario crear formas de diálogo, encuen– tro y decisión, tales como las asambleas internas y. las generales de cada año. Las primeras centran su atención en la vida personal y comu- 42