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provincia de origen. El misionero es un fraile, en este sentido, provocador; no en vano encarna la tensión más ,extrema del compromiso «>mún. de la misión. Se puede insistir también en las facetas ·heroicas de esos años pioneros, ese tiempo sacrificial en sentido estricto, donde la in– molación de la vida fue algo más físico que un recurso literario; Mariano de Az.queta murió ahogado (1964), otros sufrieron graves trastornos. De igual manera conviene no olvidar el enorme esfuerzo de adaptación cultural realizado por muchos de los frailes, el aprendizaje de las lenguas indígenas, las frecuentes correrías apostólicas; la adaptación física y mental de esos años marcó una línea en el quehacer de la misión que más tarde produciría espléndidos frutos. Pero queremos entender un gesto profético con las caracterís– ticas de significativo, esto es, comprensible para las gentes entre las que se produce; radical, en cuanto toca a las raíces céntricas de la situación; contundente por su eficacia y, por fin, anunciador de un orden nuevo, revolucionario, trasformante. Pues bien, tal vez el gesto que mejor recoge todas esas virtualidades sea el de la decidida defensa del indio libre frente a la esclavitud larvada de las haciendas. Para comprobarlo, nada mejor que recoger una opinión ajena. "Contra tres factores (dispersión demográfica, anomía social y debilitamiento cultural, es decir, falta de conciencia de grupo) tuvo que luchar la Misión Capuchina a raíz de su establecimiento en el Napo. La titánica tarea por romper, sobre todo, la sumisión del concieno al patrono blanco es algo que dignamente debe figurar en la historia social del país. En algo más de una década de su arribo, rompieron las estructuras feudales y semüeudales, tanto de los .seglares así como·de la Iglesia y la autoridad civil, y el indio ha podido librarse definitivamente, aun tratando de organizarse embrionariamente como constatamos en las investi– gaciones" (UCQ, p. 122). 25

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