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2.6. Ya reseñamos hasta aquí diversas iniciativas tomadas en orden a la promoción indígena. A comienzos de 1961 el procura– dor de la misión resumía el programa seguido hasta entonces en estos términos: educar al indígena, proporcionarles un trabajo justamente remunerado, adjudicarles tierras baldías, construirles casas cómodas y baratas. A la distancia que dan los significativos cambios ocurridos desde entonces, podemos comprobar los acier– tos e ingenuidades de tales propósitos. Para ello convendrá apuntar siquiera algunas acciones de promoción entre las muchas realizadas. Después de unos años de presencia entre los indígenas, los misioneros pasaron de un primer momento de pretendida omnisa– piencia cultural, al parcial aprendizaje de la vida indígena. Esa realidad, aprehendida como extraña y compleja, los hizo más cautos, también les forzó a intentar métodos y experiencias diversas. Así en Coca se abrió una granja experimental; en Pañacocha se ensayó algo así como un primer sistema de comu– nas; un capuchino argentino ponía en marcha una cooperativa en Puerto Quinche. ¿De dónde procedían los recursos económicos necesarios para llevar a cabo esas iniciativas sociales? Ante todo, digamos en primer lugar que la Prefectura nunca dispuso de grandes medios -al menos si lo comparamos con los utilizados por las misiones vecinas-, en cambio utilizó sabiamente los percibidos del gobier– no ecuatoriano y recibió, sobre todo, otras ayudas misioneras. En la memoria del homenaje rendido a Miguel Gamboa en su despedida (1964) como Prefecto, se hacían públicas una larga serie de obras, instalaciones y equipos utilizados en la promoción socioeconómica. En esos momentos la misión era la principal fuerza impulsora de la región, su influjo era incuestionable lo mismo a nivel oficial como en el control social local. La pobla– ción indígena se sentía protegida, liberada, pero tratada paternal– mente. La misión aparecía como el gran poder bienhechor, pro poder económico ante todo. 20