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concentraban los núcleos poblados, haciendo sólo esporádicas visitas por la región baja, hasta que pidió el fraccionamiento del territotio ante su imposibilidad de atenderlo. 3. Todo por hacer Añadamos ahora unos muy escuetos datos que permitan dise– ñar la misión aceptada. Se trataba de un territorio de más de 28.000 kms 2 en el nororiente amazónico ecuatoriano y fronterizo con Perú. En una región donde el movimiento humano gira sobre todo en tomo a los ríos, hemos de anotar al menos dos de ellos: el Napo, uno de los principales afluentes del Amazonas, además de eje geográfico aproximado del territorio que nos ocupa, y el Aguarico, afluente del anterior, que daba nombre al cantón, unidad político-administrativa que abarcaba toda la misión. Se calculaba una población cercana a las 4.000 personas, de las cuales el 90% eran indígenas de habla quichua, el 2% mestizos y el resto pertenecientes a diversas etnias, tales como sionas, secoyas, tetetes, huaorani, cofanes. Cada uno de estos grupos tenía cultura y lengua propias. Sólo uno de ellos, los huaorani, se mostraban agresivos debido a las repetidas violencias sufridas tanto por parte de los mestizos como de otros grupos indígenas que invadían paulatinamente su territorio. A más de un comando militar, sólo existía en ese momento un pequeño centro poblado, Rocafuerte. No puede hablarse por tanto de ningún tipo de servicios sociales, no existían carreteras. Vimos cómo la mayor parte de los indígenas residen en haciendas pertenecientes a mestizos, bajo el régimen de concer– taje, una semiesclavitud de antiguo arraigo en el área; muy pocos viven de forma aislada y seminómada dentro de sus territorios, pero su formación, como podía esperarse de una antigua falta de atención religiosa, está bajo mínimos. Consignemos un último dato, anecdótico si se quiere, que nos confirmará las características pioneras de este encargo pastoral. 8

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