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Revista Nueva Pompeya. Como asimismo al padre Ildefonso de Salinas, también director del Colegio durante largo tiempo. Y finalmente, al padre Saturnino de Legarda, virtuoso organista y compositor, autor de nuestra Salve Pompeyana, a los padres Adrián de Muez y Lorenzo Monaldi... Reconocemos que esta lista resulta injusta para muchos que, dado el espacio asignado, no podemos incluir. Hermanos Laicos Hubo también hermanos laicos, humildes, santos, que ejercieron servicios de atención a la gente y, sobre todo, a los más pobres, en la portería y en la distribución del Pan de San Antonio, en los que ejercían un influjo espiritual igual al mejor apostolado. Se distinguieron así los hermanos Dámaso de Biurrun y Conrado de Astráin, a quienes ya hemos nombrado. Era conocido por todos el meticuloso, prolijo y activo sacristán fray Mateo Mújica. fray Fidel de Echávarri fue organista y director del coro de nifios; fray Emilio de Echalar, quien habiendo sido contrabandista en sus mocedades, recogía ahora las limosnas en el templo, dedicando a cada donante una sonrisa yuna solemne inclinación. Y otros hermanos, más escondidos todavía, que ejercían su consa– gración religiosa en otros menesteres dentro de la Comunidad: fray Inocencio de Legarda, Tiburcio de Bedayo y Egidio de Usúrbil, en la cocina del convento; fray Eduardo de Salinas, en la sacristía y el refectorio; fray Vicente de Sangüesa, en el arte nada fácil de confeccio– nar los hábitos de los religiosos. Queremos aprovechar esta ocasión para reparar una situación de injusticia que existía en nuestra Orden y en todas las Congregaciones religiosas, respecto de la desigualdad entre hermanos clérigos y herma– nos laicos. Es sabido que en la Orden Capuchina hubo siempre una tradición de santidad en los hermanos laicos, desde San Félix de Cantalicio, que se santificaron en una vida de oración y trabajo, de humildad y sacrificio; pero este género de vida llevaba a que fueran considerados religiosos de segunda clase, sin los privilegios que a veces gozaban los hermanos clérigos. 22