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estéticos"; y hace esta observación: "los religiosos tuvieron que sopor– tar en un principio los groseros insultos de los obreros inconscientes, instigados por la prensa sectaria. Hoy puede decirse que ha triunfado el prestigio de los religiosos, pues aquéllos han sido testigos de su abnegación por el pueblo". Esta abnegación yentrega al pueblo c;ie los religiosos se vio realizada más que nunca en las terribles inundaciones de que fue objeto toda la zona en varias ocasiones, sobre todo en 1911 y 1913. El convento abrió sus puertas a los desalojados de sus viviendas, y los religiosos se ocuparon de que no carecieran de abrigo ni de alimento hasta que pudieron volver a sus hogares. También entonces fue instalada una olla popular que llegó a distribuir hasta 5.000 raciones diarias mientras duró la emergencia. Un diario de la época hace notar en esta ocasión la aversión de cierto grupo social hacia la iglesia, registrando el siguiente hecho. Cuando un religioso se dirigía en una lancha en búsqueda de alimentos para los inundados, "una turba de sectarios lo recibió con una gritería infernal, profiriendo gritos, silbidos e insultos" (El Pueblo, sin fecha). Sin embargo, la dedicación de los religiosos no podía pasar inadver– tida ni ignorada hasta para sus mismos enemigos. Esto lo constataba también la prensa con motivo de la Semana Trágica, en enero de 1919. Habiéndose producido los disturbios sangrientos a pocas cuadras de la iglesia de Nueva Pompeya, y habiendo sido tomada por los obreros amotinados la comisaría a cincuenta metros de la misma, ni un solo disparo fue dirigido contra la iglesia, ni una arenga contra los religiosos. Era un tácito reconocimiento de su obra humanitaria y social. Esta preocupación social decía relación a los documentos pontificios, a partir de la Rerum Novarum de León XIII, que preconizaban los derechos del trabajo y del obrero y que, seguramente, se canalizaban a través de directivas que partían de la Curia General. 19

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