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"descreídos y revolucionarios los más", en palabras del Delegado Apostólico (Bruno, Historia de la Iglesia, XII,93). Cuando llegaron, comprobaron la realidad y la asumieron. El que esteba destinado a ser Superior no resistió el rigor de las condiciones dadas y tuvo que volverse, enfenno, a los pocos meses, a su Provincia. Los demás siguieron en la brecha. En reemplazo de aquél vino el padre Mariano de San Isidro, que gozaba en Madrid de reputación entre gente "bien" y contaba entre ésta de buenas amistades. Sin embargo, al ser propuesto por los Superiores, vino inmediatamente. El describirá luego, en artículos llenos de realismo y de gracia, las condiciones insoportables en las que tenían que vivir. El padre Mariano de San Isidro fue el primer capuchino argentino. Siendo nifio había viajado con sus padres a Navarra, donde ingresó en el seminario de la Orden. Llegó a Buenos Aires el 24 de julio de 1902. Labor pastoral y social Los nuevos religiosos comenzaron a trabajar duramente en el campo apostólico y en la terminación de la iglesia y del convento, con las dificultades de tipo económico y administrativo a las que ya hemos aludido y que aún tardarían por resolverse. La tarea apostólica no resultaba fácil. Los religiosos genoveses recalcaban la indiferencia en el campo religioso y el escaso trabajo evangelizador que podían realizar. En el aspecto social las dificultades no eran menores. Una población carente de las condiciones indispensables de vida, con viviendas preca– rias, un ambiente malsano, carencia de agua, de desagües y de luz. Y con la terrible amenaza, siempre latente, de las inundaciones del Riachuelo, como la que había asolado la zona a fines de siglo. La mentalidad de ese pueblo era, en general, o bien indiferente o adversa a la religión. Un socialismo sectario y un anarquismo predomi– naban en la clase obrera que constituía la totalidad de los parroquianos. Los primeros afios una veintena de personas, en su mayoría mujeres, eran 17

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