BCCCAP00000000000000000001179

6 P. Anselmo de Legarda.-Rasgos vicaínos de San Ignacio En París, por mostrarse no sólo liberal, sino caritativo, dió a guardar veinticinco escudos, que no pudo recobrar. Quiebra que le forzó a mendigar y aun a dejar la casa en que estaba (A. 8, 73), Acogiose al hosp,ital de Saint Jacques, cuyo emplazamiento y ho1- rario le impedían estudiar debidamente. Por esto, "viendo que había algunos que servían en los colegios a algunos regentes y tenían tiemp0 de estudiar, se determinó de buscar un amo" (A. 8, 74). A esa costumbre alude Cervantes en El Vizcaíno fifllgido! Pero a nuestro Ignacio, por más diligencias que hizo, no le fué posible hallar un amo (A. 8, 75). Por fin se decidió a emprender a,quellos viajes de dos meses a Flandes y a Inglaterra, de donde traía Limosna para todo el año (A. 8, 76). Muy buen escribano.-Cuando San Ignacio, tan parco en el uso de superlativos, se calificó a sí propio de muy buen escribano (A. 1, 11), señal es de que el hecho era innegable. Y los autógrafos que de él se conservan, prueban que no erró al juzgar en propia causa. Además mostró afición desmesurada o fe c,iega en los documen– tos notariales y certificados de sentencias. Igual en Alcalá que en Salamanca, así en Ruán como en París, tanto en Venecia como en Roma. Castillo Solórzano, en sus Tardes entretenidas (1 O), nos presenta a un pajecillo de Oñate camino de Madrid, con "las escribanías en la pretina, que. éstas son en los más su remedio, y por ellas vienen a ocupar grandes lugares". Antes que el pa•je de Oñate, tuvo esa costumbre nuestro Iñigo! Ni en el viaje a Jerusalén se desprendió de las escribanías, y hasta se valió de ellas para cometer unos santos cohechos. En c,ierta ocasión, nos cuenta (A. 4, 47) "se descabulló de los otros y se fué solo al monte Olivete. Y no le querían dejar entrar las guardas. Les dió un cuchillo de las escribanías que llevaba; y después de haber hecho su oración con harta con·solación, le vino deseo de ir a Betfage; y estando allá se tornó a acordar ,que· no había bien mirado en el monte Olivete a qué parte estaba el pie derecho, o a qué parte el esquierdo; y tornando allá, creó ,que dió las tijeras a las guardas para que le dejasen entrar". Ribadeneyra (11) puntualiza lo de las tijeras: " ... dió a la guarda las tijE>ras que le habían quedado de las escribanías". El origen de ellas tal vez fuera Vergara. Podemos barruntarlo por (10>) En la «Novela Tercera», El Proteo de Madrid, Madrid, 1908, pági– nas 161-162. (11) o. c., 1, 11, 7'7.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz