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Pedro de la aenter!a y el P. Las Casas Por el P. ANSELMO DE LEGARDA El tema americano señalado para el curso preuniversitario de 1958-1959, brindó a profesores y alumnos la oportunidad de estudiar co11¡ cierto i,osiego y extensión diversos aspectos de la conquista y sus circunstancias. Entre las cuestiones puntualizadas por el programa, figuraba la crítica de los escritos históricos del P. Las Casas. Antes de entrar en el examen de la obra, fué menester refres– car o adquirir datos biográficos del autor, ilustrados con páginas fundamentales brotadas de su pluma. En el relato del trance de su propia conversión, el clérigo enco– mendero ponía de relieve la figura seüera de su amigo Pedro de la Rentería. Hacía el sevillano tan cumplido panegírico del vástago de estirpe guipuzcoana, que parecía imperdonable mantenerlo por más tiempo en el olvido. Olvidado lo consideraba yo porque no descubría su nombre ni el de su padre en las relaciones de claros varones de Guipúzcoa o de Rentería. Verdad es que Quintana, en su Fray Bartolorné de Las Casas (1), había resumido o trascrito con palabras de las páginas autobiográ– ficas, el elogio de Pedro de la Rentería, cuarenta años antes de la primera edición de la Ilistorta de las Indias. Sin contar que otros historiadores pudieron beber en las mismas fuentes manuscritas que Quintana. De hecho parece que no se divulgó la bella semblanza del mejor de los encomenderos. A ello pudo contribuir también el estilo poco 2.trayente del sevillano. (1) Entre sus Vidas de E,5pañoles Célebres, BAE, 19, 436-437. Aque– lla biografía habia aparecido en primera edición en 1833. En apéndice editó el capítulo lascasiano referente al viaje de Rentería a Jamaica, de que luego hablaremos.

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