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P. Anselmo de Legarda.-Donostiarras del siglo XVIII con el vicio dominante de la murmuración. Con efecto, estoy bien informado que éste es el vicio dominante de San Sebastián.» (V, 193). con todo, casi peor que la murmuración positiva de los de– fectos del prójimo es la conjuración del silencio tramada por quienes oyen elogiar sus méritos. «Los hombres, los hombres son los que más suelen pecar en este género de murmuración taiciturna. Alábase, a fulano o citano en un corrillo, o en una conversación donde concurren muchos barbados. Es gusto ver los figurones que aparecen de repente. Veréis a uno que, poniendo una pierna encima de otra, repanti– gándose en la silla y mirando hacia el cielo, hacia el techo de la ha,bitación o hacia las pinturas, hacen como que no atienden a lo que se habla. Veréis a otros que, arqueando las cejas y mi– rando también hacia arriba, comienzan a hacer sonsonetillos en la silla, con una risita falsa y de conejo. Veréis a este que saca la caja, la da dos golpecitos, y comienza a tomar polvos de tabaco ,con gran fuerza, estrujándose los párpados y no hablando más que un mudo. Veréis a aquel ,que dejando colgar la cabeza en tono de higo maduro, o echándose de bruces sobre el bastón, después de un largo silencio, arranca un suspiro y, por contera, sale con un despropósito: Sí, señores; ahora, ¿qué hará el Gran Turco? A tal cual veréis que, cogiendo el badil, o la paletilla del brasero, comienza a hacer garambainas en la lumbres y dibujos en la ceniza, cantando mientras tanto un larán, larán lleno de malignidad.» (V, 216-217) Eln el otro discurso doctrinal sobre la murmuración escogió un arbitrio agustiniano para combatirla; fijar cédulas con su veto en el interior de los hogares. «Y para que ninguno tenga e~cusa de no fijar esas cédulas en las puertas interiores de sus casas, yo hice imprimir ayer mil y quinientas, las cuales repartirán ahí, en la puerta, dos señ.ores sa,cerdotes a todos los que las pidan, sin que les cueste más que tomarlas y ponerlas; porque se dan de balde. Pero harto recom– pensado y satisfecho quedará este miserable y cortísimo gastillo si yo logro desterrar -¿qué digo desterrar?-, disminuir un poco en san Sebastián este infernal, este diabólico vicio.» (V, 387) VIRTUDES DE LOS DONOSTIARRAS No debemos quedar defraudados por el escaso número de en– comios de las buenas cualidades de los fieles de san Sebastián. Es oficio del predicador flagelar los vicios; pero le está vedada

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