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-51- bujo sabido, el relieve fácil, sin harmonizar el conjunto, sin atender a otras razones estéticas que contentar a un público distraído y superficial, que da por bueno lo que pcir bueno se vende. ¿Qué práctica y qué gusto, por otra parte, en las artes del dibujo podemos suponer en plateros 'que no saben escri 0 bir? Artífice que trabajó tanto pma el Rey como Mayer no puede puede poner su firma en una carta de pagJ porque no sabe. No sabe tampoco escribir Concelín Blanc. Cierto que en aquel tiempo no era cosa rara. Más, hombre tan in– genioso y de tan varias aptitudes como Thierry el relojero, que tanto se distinguió en las obras de los palacios de O lite y Tafalla, no sabe escribir, como tampoco varios de los ma– zoneros más activos sus compañeros de trabajo. De la de– ficiente instrucción de algunos plateros no podía menos de re– sentirse toda su obra, ¿En qué condiciones de inferioridad, igualdad o superio– ridad estaban los de casa respecto de los fuera? Natural es suponer que los navarros habían heredado la técnica y los mo– delos de sus antecesores, llevando además a la platería los progresos que el tiempo y el ingenio traen consigo. Natural es también creer que trataran de acrecentar e I caudal domés– tico de perfeccionamientos apropiándose los que trajeron los de fuera, tanto más si estos procedían de talleres más ade– lantados. El abrirse paso un argentero navarro, de hábil mano, bien pertrechado técnicamente, bien dotado de imaginación y sensibilidad artística, no era empresa muy dificil. Las iglesias y los palacios buscaban a porfía artífices tales, y el Rey, que no parecía tener un gusto muy seguro de sí, si amaba lo de fuera o porque Je era más familiar, o porque satisfacía más cumplidamente sus aspiraciones artísticas, no desdeñaba lo
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