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-31- lebrear de aquí para allá si eran ricos o pobres. Ese viejo de barba descuidada, mirada fría y reservadas maneras, es un hombre considerado, respetado tal vez, mimado y obedecido por necesidad o por temor. Los suyos se le inclinan, fuera se huye de él o se le busca, en palacio se le ábren todas las puertas y manda a los que mandan. Como médico y presta– mista es dueño de la bolsa y la vida.-Ese joven de edad in– decisa con cara de aguilucho y maneras afables lleva camino de llegar más lejos que otro de los suyos. Está ya muy al tan– to de secretos diplomáticos y económicos, que n.o dejará de aprovechar a tiempo. Tiene pupila, cultiva la cautela, sabe es– perar. No llenará las páginas de la historia, pero probablemen– te hará historia. Sabrá servirse de los suyos y de los que no lo son, sonreirá alternativamente a reyes y súbditos, sembra– rá cuando rieguen las nubes y el sol haga merced a la tierra del benéfico influjo de su calor, irá cuando parezca venir, ven– drá cuando juzguen que se marcha, dominará cuando se pre– sente humilde, y le servir~n la palabra y el silencio, la mise– ria y el dinero, los de cerca y los de lejos, la aparente rigidez de sus principios y la ductilidad y blandura de sus maneras. Los Horabuena se dieron buena maña para captarse la be– nevolencia del Rey y recoger las migajas de su mesa. Juce Ho– rabuena, el padre, judío de Estella, había sido médico de Car– los II, a quien asistió en su última enfermedad. Con Carlos III siguió en su puesto, desempeñando igualmente el de rabí ma– yor de los judíos y el de consejero del rey. Con Judas Levi, Abenvenir y Samuel Amarillo tuvo a su cargo algún tiempo el tributo de las sacas y peajes y la imposición de todo el rei– no. Vendía también al Rey un poco de todo: mulas, telas... lo que venía a mano. Le dió dinero con frecuencia, a buen inte– rés por supuesto: parte de lo entregado consumieron las obras de Olite. Sirvió otras veces de intermediario entre el Rey y

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