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-10- Si de los pliegues y repllegues de la plata labrada brota una luz dura, fría, fatigánte, insolente, por no sé qué fasci– nación lleva tras sí el codiciado metal los ojos y el espíritu. La plata desempeña admirablemente su papel ornamen– tal, aunque no la acompañe una forma favorable. Y así no es extrafío que se la mire con agrado y que se cuente con ella. La plata tiene su lugar en el palacio, que le abre sus puertas y le cierra la salida. Acompafia en él a la riqueza, es riqueza, da sensación de riqueza. Allí trabaja o descansa, sir– ve o es servida. Da consuelo a los ojos y confianza al cora– zón y habla del porvenir rosado. Por eso se la trata con to– dos los mimos imaginables y sus blancos resplandores son la aurora de un sol que lleva la luz de la felicidad hasta los más oscuros rincones. Sólo que, hace mucho, sol y aurora rifíeron y andan divorciados. Sólo que el tiempo, con quien no haJ más remedio que contar para todo, trata con desdén a la pla– ta. Sólo que la enfermedad hace traición a sus poseedores. Sólo que la muerte se ríe de ella y de todas las riquezas. ¿Por qué, buen Jesús, por qué habeis querido que vues– tro santo cuerpo diariamente se ofreciera l;!I Padre Eterno en holocausto sobre patena de plata y vuestra sangre divina fue– se contenida en cáliz de este metal? ¿Por qué os habeis que– dado de asiento en nuestros altares descansando en Dido de plata, no siempre incontáminada? Muestra el hombre su deseo de honrar a Dios, ofrecién– dole lo que en su pobreza halla precioso. Justo es santificar así lo que él recibió generosamente. Justo es que vuelva a Dios lo que malamente se había dado a su enemigo. Justo es sacrificar un poco lo que con afecto se mira. Blanca y tersa la plata, lleve la blancura y sencillez de un corazón puro y sea el trono del Sefior sacramentado. Pero no nos paguemos de apariencias. Algo busca la

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