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144 SATURNINO ARA familiares de convivencia, sin olvido de las horas de expansión, con miras a las exigencias de una nueva realidad que necesita y, en tantos casos, sabe mantener gozosamente encuentros y vínculos interpersonales más amplios. La Regla de las hermanas cl~risas debería reflejar, en su reglamentación de la convivencia y en los casos concretos de la elección del oficio de abadesa, del desarrollo de los capítulos y designación de otros servicios, esa nueva con– cepción y entendimiento de las relaciones interpersonales, pilastras sobre las que se construye nuestro mundo, a un tiempo individual, pero necesitado de estructuras de socialización. Por ello mismo necesita cultivar intensamente la conciencia y dimensión de la comunión. Habría que lograr que las estructuras respondan al clima fraterno, propio de un mundo valorativo y sensible a las relaciones interpersonales. 3.5. La promoción de la mujer Es éste un particular tan traído que nos sentimos excusados de dedicarle poco más que unas cortas líneas. Líneas orientadas a plantear algunos puntos muy concretos de la Regla, en cuanto norma de vida, ya superados. Estos hacen referencia al cardenal protector y otros particulares como el del visita– dor, capellán, figuras que son la expresión peculiar de una visión de fidelidad a la Iglesia y de comunión con el resto de la familia franciscana. La figura del asistente espiritual puede, quizá, estar cortando e impi– diendo dar pasos adelante en la necesidad de configurar las facultades de la presidenta de federación. El oficio especial para las religiosas de clausura, existente en las curias generales de varones en Roma, pudiera estar dando origen a una nueva forma de paternalismo y protección, sobre todo cuando los ministros genera– les dirigen sus escritos a los hermanos y hermanas conjuntamente. Otra cuestión a la que no podríamos dejar de referirnos: el sentido del co– metido y competencia, hoy, de los ministros generales de la Primera Orden frente a las hermanas, mujeres de la Segunda Orden, promocionadas y con vocación y misión tan específicas en la Iglesia. Cuestiones muy concretas que, primero, habría que saber iluminar y, luego, regular de acuerdo con esas nuevas claves que van desde la promoción de la mujer, pasando por el aprecio de una normativa o vida, para terminar volcándose en las exigencias del Espíritu. A las hermanas, mujeres promocionadas y liberadas, rogaría que no huye– ran, en razón de una "superación", el diálogo y contacto con los hermanos y tuvieran muy presente que el sacerdote puede aportar, aparte la visión mas-

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