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142 SATURNINO ARA Nuestro contexto cultural está hambriento de Dios, no obstante la secula– rización, y en unos casos como "oposición" a la situación de bienestar y, en otros, como reacción frente a la miseria e injusticia. Tanto la cultura del bie– nestar como la de la pobreza han situado a los hombres y mujeres de nuestro tiempo lejos de las posibilidades, primero, de sentir saciada su ansia de Dios, y luego, cuando se vive el vacío y necesidad de algo trascendente y perma– nente, lejos también de poderse encontrar en las realidades del Absoluto. Estudios teológicos, análisis sociológicos, constatados y ponderados en reu– niones, como por ejemplo los simposios de los obispos europeos, la IV confe– rencia del CELAM, Santo Domingo, los sínodos de los obispos, ya realizados, en particular el de Europa, y por realizar, como el de Africa, etc., insisten en un "porvenir" de la vida religiosa contemplativa, en fuerza a esa demanda de Dios, a la que debe esforzarse por responder la "realidad" de los "profesiona– les" de lo sobrenatural. Auguramos a la Regla de Santa Clara 2 3 una formulación normativa y una organización de la vivencia de los valores espirituales, en particular la expe– riencia de Dios, que verdaderamente ayude a las hermanas a estar cerca de la mujer actual con una oferta que, en primer lugar y en cuanto vivencia interna y personal, tenga capacidad de atractivo y arrastre vocacional, y luego, sea respuesta adecuada al hambre de Dios y ansia de lo sobrenatural. Respuesta que podrá ser apreciada y constatada en el ritmo de la oración, culto litúrgico, adoración eucarística, y también en el rostro y corazón alegre de las harma– nas. Una experiencia de Dios ansiosamente buscada. 3.3. La formación permanente o continua El título no es correcto porque el término formación permanente abarca demasiado y por ello, tal vez, se dice poco. No podíamos usar el de formación cultural, ya que esta expresión ha adquirido carta de naturaleza en nuestro lenguaje corriente, en el sentido de que cultura se asimila a una forma o es– tilo propio de vida. Y hablar de cultura, en su equiparación a ciencia, sería de– masiado, aunque nos limitáramos, en nuestras referencias, al estudio de las ciencias teológicas, básicas y necesarias a la vida de todo cristiano. Los conocimientos científicos, necesarios para el correcto desarrollo de la vida religiosa consagrada actual, y la profundización conveniente en la co– rrecta valoración de la propia cultura y demás culturas del hoy, aparecen como la tarea primaria de la formación permanente que, por otra parte, se 23 Tarea más propia de las constituciones, se nos podrá objetar, algo que hemos recordado más arriba.
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