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LA REGLA DE SANTA CLARA 137 dificil camino. Es un texto legislativo que "copia" a la letra numerosos párra– fos de la Regla de Francisco de Asís para los hermanos menores. Contiene una serie de prescripciones que parecieron a Clara irrenunciables desde su punto de vista y en su situación. Algunas de esas prescripciones o puntos de vista, presentados en normativa que responda y se acomode a tiempos distin– tos, son las que atraen ahora nuestra atención y les dedicamos una breve con– sideración. l. La vocación contemplativa y vida de oración. Esta meta, la más deli– cada, noble y espiritual de la forma de vida de las hermanas clarisas, cierta– mente no se alcanza en base a prescripciones, sino en fuerza a un convenci– miento personal, seguido de una insistente y acertada animación espiritual. No afirmamos que esté necesitada de prescripciones precisas y concretas. Se beneficiaría de orientaciones y motivaciones que respondieran al pensamiento teológico y espiritual más actual. No le vendrían mal algunas concreciones que presentaran las actitudes más actuales, las propias de una praxis cris– tiana que valora, tan distintamente, particulares como la oración litúrgica, el sacrificio y participación eucarística, la recepción del sacramento del perdón o reconciliación, las celebraciones de la Palabra y otros varios valores de la es– piritualidad actual, concretamente postconciliar, que apuesta por la oración como coloquio de amor y medio de transformación en Dios, lo cual constituye la característica más destacada de la vida contemplativa de Clara de Asís. 2. La disponibilidad como fruto o consecuencia de la pobreza de espíritu y la renuncia a la posesión de bienes y propiedades. El capítulo VI de la Regla de Santa Clara, con sus disposiciones en torno a la renuncia a la posesión, aparece como el núcleo de la experiencia de Clara y sus compañeras en un mundo que fundamentaba la defensa contra las inseguridades y creía ver ga– rantizada su lucha contra el sufrimiento, en la posesión de los bienes. Para Clara y sus hermanas el sufrimiento era un modo de asimilarse a Cristo y la inseguridad ante los bienes de este mundo las llevaba y confir– maba en su apetencia y búsqueda del cielo. Y en perfecta alegría. Nuestras realidades materiales, en particular la posesión de recursos eco– nómicos, la producción de bienes de consumo y la organización para la asis– tencia y ayuda, han alcanzado cuotas de gran altura gracias al sentido de res– ponsabilidad y conciencia ciudadana que denominamos solidaridad, en parte, forzada y exigida por las prescripciones sociales de la ley civil. Estas mismas realidades económicas o materiales nos empujan a pensar, animar y regla– mentar la pobreza como imitación de Cristo, en disposición de libertad frente a los propios dones, sin sujeción y subordinación a lo que la vida nos ofrece, dejando el ejemplo y testimonio de una superación del consumismo y de un

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