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130 SATURNINO ARA No cabe la menor duda que los doce capítulos de la Regla de Santa Clara no se han propuesto otra meta que la de la salvaguarda de la consagración de las hermanas y el encuentro con Cristo en la intimidad del silencio conven– tual que, después, se ha confundido con la prescripción de la clausura. Con todo, resultan chocantes ciertos detalles y esas continuas prescripciones, pon– gamos por caso los capítulos IV y V, y el poderlos conectar con el clima de ora– ción. Haciendo un esfuerzo, cabría encontrar en el capítulo V la prueba de una intención más directa, no tanto de la Santa, cuanto de los colaboradores en la redacción del texto legislativo, de valorar el silencio, como clima de vida contemplativa. Acostumbrados como estamos hoy a movernos en contextos de abundancia de citas espirituales que resaltan, de forma tan insistente, el valor de la ora– ción, difícilmente llegamos a entender la sobriedad de la Regla de Santa Clara en este particular. Nosotros vivimos la crisis de la oración y pensamos superarla en base a textos espirituales e incluso legislativos. La Santa y sus hermanas vivían el don de la fe y unión con el Señor y, por ello, tal vez, Clara pensaba que estaban de sobra unas expresiones escritas que pudieran profa– nar la intimidad propia del encuentro personal con Cristo, vivido en la expe– riencia de lo sobrenatural y en la discreción del reconocimiento. Vivir para sólo Dios en soledad y silencio, en asidua oración, es una de las características señaladas por el Vaticano II a la vida contemplativa 13 . A veces, perdemos el tiempo insistiendo en la soledad y en el silencio, porque pensamos que el mundo de hoy no puede prescindir del ruido ni de la prisa. Olvidamos recordar que nuestros contemporáneos, al igual que nosotros mis– mos, necesitan de la oración, expresión de nuestra relación con Dios, aun sin silencio y en las prisas. No es éste el momento para tratar de penetrar en el alma de Clara en ora– ción. Señalamos que tanto ella como las hermanas practican las diversas cla– ses de oración, pero en el contexto de su tiempo. Recitación de los salmos y de los textos sagrados, durante el día y la noche. Participación en la Eucaristía que, respetando toda otra buena consideración, se reducía, por prescripción de la misma Regla, a comulgar siete veces al año. Nada se legisla y recuerda respecto a la celebración diaria, si bien sabemos que un hermano moraba cerca de San Damián para garantizar la celebración de la misa y la adminis– tración de los sacramentos. Clara vivía de Dios. Por eso su Regla no prevé tiempos fijos para la ora– ción. La oración es una cuestión de corazón y estas realidades no se reglamen– tan ni regulan. 13 "Perfectae caritatis", 7.

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