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394 FIDEL AIZPURÚA Quizá lo que ha supuesto la cruz de Jesús en la vida de Francisco dimana de su peculiar concepción de la persona: según él, ésta se halla desgarrada y su existencia perdida; la salvación solamente podrá venir de la autoentrega gratuita de un Dios amor que comparte la suerte del hombre. Ése es Jesús. Cuando la persona cae en la cuenta de esto, se deja llevar del amor que en la cruz ha acogido su vida perdida y, en la fuerza de ese amor, es capaz de organizar su vida de modo nuevo. Así empieza a vivir bajo la pura inspiración del Espíritu y es capaz de desprenderse de lo que le estorba en este camino, hasta llegar a serios grados de despojo. Este doble desvelamiento, encarnación-cruz, se puede decir que es el motor último de la vivencia de fe de Francisco. La humanidad de Jesús en sus raíces últimas ha sido para él una humanidad salvadora. 3. EN EL MARCO DEL MIS'l'ERIO DE LA IGLESIA Francisco ha tenido una experiencia muy concreta del misterio de la Iglesia. Eso concreto ha sido la «romanidad» de la Iglesia: la veneración al Papa, que es aceptación desde la fe, como visibilización del Jesús salvador; la cercanía, por causa del Evangelio, con ciertos eclesiásticos de alto rango (TC 4 7; 20; 2 Cel 220; EP 50); la actitud reverente para con los sacerdotes, por causa del misterio que ofrecen al pueblo creyente (Adm 26; Test 3; 2 Cel 146). ¿Por qué esta visión apreciadora de la estructura eclesial a pesar del ámbito de limitación en el que se mueve? La respuesta es clara: por motivos de fe. Ya hemos dicho cómo Francisco aprende la fe en la Eucaristía; con ella ha ido encontrando el secreto de la humanidad de Jesús, de su encarnación y muerte. ¿Cómo sabe él que todo esto es cierto? La única garantía de verdad es celebrar la Eucaristía en el espíritu, la intención y el modo de la Iglesia católica. Sólo así se sitúa uno en la línea del reino de Dios que Jesús manifiesta en su mensaje y en su sacramento. No se puede ser cristiano sin Eucaristía, y no puede haber Eucaristía sin Iglesia, que es quien administra el pan y el vino y las santas palabras, el modo de vida según el reino. Por eso Francisco necesita de la Iglesia y puede superar su componente débil, porque ha comprendido que su vida no tiene sentido fuera del camino de Jesús que la Iglesia marca. Por eso arna y vive en la línea de la Iglesia. Por eso acepta (aprecia y cuestiona con su estilo de vida) sus aspectos institucionales más duros. Y junto a todo eso, no lo olvidemos, la Iglesia ha cobrado

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