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392 FIDEL AIZPURÚA I. FRANCISCO, TODO UN EXPERTO EN DIOS No nos cabe la menor duda de que Francisco ha sido todo un experto en Dios, un «sabio» de lo que puede ser la realidad de Dios en la vida del creyente. Y que eso ha sido algo que se lo ha trabajado personalmente, nos parece igualmente claro. Así mismo, es una certeza para nosotros que el Espíritu que asiste y anima a la Iglesia ha vertido su potencia en la pobre historia de Francisco. Por eso, su lenguaje, más allá de su inevitable arcaísmo, sigue siendo elocuente para la persona de cualquier época. Entremos ya un poco en ese sistema de experiencia que es la vida creyente de Francisco. l. EL PUNTO DE PARTIDA: LA EUCARISTÍA Todos sabemos el estado verdaderamente deficiente en que se encontraban los modos celebrativos de la Eucaristía en tiempos de Francisco; sabemos también el sufrimiento que ello producía a la fe de Francisco y el remedio que trató de poner, tanto a nivel personal y fraterno como en la adhesión a las campañas pontificias (por ejemplo, aquella de Honorio III que se refleja en la bula Sane cum olim). Y es que, ciertamente, Francisco vivió en constante valoración el misterio de la Eucaristía. Todo lo suyo estuvo enmarcado en ella: su conver– sión (1 Cel 22), la de sus primeros compañeros (1 Cel 24), Greccio (1 Cel 84-86), etc. Comulgaba con frecuencia (2 Cel 201), incluso bajo las dos especies (CtaA 6), sin importarle la situación moral del sacerdote (Test 8-11), animando incansablemente a sus hermanos a que cele– braran la Eucaristía con corrección (CtaO 14-16). ¿Qué ha supuesto, pues, la Eucaristía para la vida cristiana de Francisco? * A Francisco se le revela que en la Eucaristía es donde el creyente hace la experiencia mayor que uno puede hacer en su vida cuando se pone ante Dios, y ahí se le revela el sentido justo del «murió por nosotros». * No es una revelación ajena a su realidad personal, porque empieza a darse cuenta de que su vida entra también en el mismo destino de cruz que el de Jesús (2CtaF 2-14). Francisco ve que su vida es acogida por el amor del Padre que ha puesto a Jesús en la cruz por él. * Es entonces cuando Francisco se siente responsable de dar a los demás las «palabras recibidas», para decir que Dios está accesible al creyente en el sentido de la cruz que se aprende en la Eucaristía (2CtaF 1).

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