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398 FIDEL AIZPURÚA 2. Lo MARCANTE DE LAS EXPERIENCIAS HISTÓRICAS Manejando los antedichos presupuestos, que predisponen y abren al tema, el creyente de hoy se juega gran parte de la posibilidad de su experiencia de Dios en lo mareante de las experiencias históricas. Es el lenguaje (común al creyente y al no creyente, aglutinados ambos sobre una determinada valoración positiva del marco histórico) que inicialmente puede franquear el acceso a la experiencia de Dios. Cuando hablamos de experiencias históricas nos estamos refirien– do a: * El camino por los plurales y multiformes cauces del amor humano, haciendo del crecimiento en los valores de la relación humana el campo en el que uno dilucida lo que es y lo que pretende ser. * La ineludible experiencia de la solidaridad en la batalla por la justicia, haciendo creciente acopio de participación en modos concretos de comunión en todas las liberaciones a las que aspira el fondo de la persona. * Sintonía con las raíces de lo humano, heridas hasta su última fibra. Es la pregunta acuciante por el anchuroso mundo de la marginación, tan presente en nuestra sociedad como siempre o más. En este tipo de experiencias, comprendidas de modo global, es donde la persona secular de hoy inicia la posibilidad de acceso a lo válido del Dios experimentado. 3. FAMILIARIDAD CON EL MUNDO DE LOS VALORES EVANGÉLICOS La posibilidad de la experiencia de Dios para la persona de hoy pasa por una cierta familiaridad con los valores evangélicos. Algo que incluye, además ele la familiaridad con el texto del NT como tal (familiaridad de larga y no fácil consecución), una sintonía y una participación en pequeños planes de vida donde lo evangélico sea motor y orientación. Difícilmente podrá darse esto en el ámbito de lo personal, por lo que habrá que hacer esta experiencia, casi siempre, en el marco del grupo creyente. Así la comunidad de fe queda com– prendida como algo del todo necesario por causa del simple hecho de la construcción de lo cristiano.