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espíritu del Evangelio. Respira por tanto un clima escatológico la espiritualidad de S. Francisco, "horno alterius saeculi". Y lleva a comprender y guardar plenamente las "leyes de los peregrinos" según S. Fran– cisco: "recogerse bajo techo ajeno", con todo lo que ello supone de inseguridad; "anhelar por la patria" y por tanto no fijar el pie en este mul!ldo; "pasar pacíficamente", siendo "menores y sometidos a todos". Todo esto inspira y produce en el fraile menor una disponibilidad total para servir a Dios y a los hombres. C) El conflicto de la pobreza en la bis- . toria de la Orden. Se explica fundamental– mente por querer seguir siendo "pobres" sin ser menores. Son dos elementos iITT.sep,a– rables de una misma vocación. La Orden ·negó a mitigar la pobreza, hasta enfrentarse con el Papa Juan XXII precisamente cuando más claudicaba en la observancia, por em– peñarse en mirar al Evangelio a través de la propia visi.ón de la pobreza. S. F·rancisco ino distinguió la propiedad y el uso. Las soluciones de Asís y Bolonia le desconcertaron al principio; pero las acep– tó, porque, viviendo como huéspedes en casa ajena, no nos i.nstalamos; pero con tal que no s,ean cosas confortables, porque en éstas aun como huéspedes hay peligro de instalarse. EIIl la "Quo eloganti" de Gregorio IX se distingue la propiedad y el uso: fue un medio para apadguar las conciencias, pero constitu(Yó un duro golpe a la prác– tica de la pobreza. Luego se añadieron dis– tinciones sutiles entre uso de derecho y de hecho, uso es,trecho y moderado ... y se creó la figura del Sindico como administra– dor de la S. Sede. Todas las reformas co– mienzan por desconocer las declaraciones pontificias, pero termina!Il por aceptarlas, arreg1ándo_se con componendas jurídicas. Hubiese sido mejor reconocer que la Orden no podía observar la pobreza de S. Fran– cisco e interesaTse más por vivir realmente su espíritu. El P. Lázaro ha preparado, en la IV parte de su estudio, algunas indicaciones sobre la guarda de la pobreza franciscana hoy; pero por falta de tiempo las deja para el diálogo. A esta ponel!lcia sigue sobre el mismo te– ma una comunicación de otro P. Capuchino de la misma Provincia, P. Jerónimo de 38 Lezaun, Dtor. en Teología, Maestro de no– vicios en Sangüesa. Comienza po,r establecer estos principios: nuestra pobreza tiene que estar configurada por la de Cristo; tiene que ser real, individual y colectivamente; ofrecer un testimonio auténtico y derivar hacia la caridad. Y todo esto, hoy. Ahora bíen, nos encontramos con este hecho bas– tante desconcertante: en un mundo extraor– dinariamente sensibilizado a todo lo r-eforen– te a la pobreza, la Ordef!l pionera de .la pobreza está lejos de ser aceptada, ni por propios ni por extraños, como indiscutible– mente pobre. Ni, por lo mismo, su testi• monio. Ni. ejerce el atractivo de otros insti– tutos que insisten de manera especial en la pobreza. Una prueba, entre otras, la escasez de vocaciones tardías a nuestra Orden. Es evidente, pues, que o falla la misma realidad de nuestra pobreza, o la forma de p·racticarla, o ambas a la vez. Y que se impone, por lo mismo, mna revi– sión a fondo de nuestra pobreza. En la realidad histórica de la pobr~ -añade el P. Jerónimo- nos encontramos con dos formas, qu,e podríamos denominar la sanfranciscana y la bonaventuriana. La primera, propia de la primitiva vida fraITTcis– cana y de sus reformas; la segunda, de ulteriores generaciones. ¿ Cuál de estas dos responde mejor a la auténtica reaUdad de la pobreza y a las exigencias del mundo 'de hoy? El comunicante opina que un tipo mixt•o de las dos, con abie,rta prevalencia de la primera sobre la segunda. En efecto, las razones de tipo espiritual, disciplinar y apos– tólico que justifica.n históricamente la pos– tura bonaventuriana, más bien exigen hoy la postura y práctica que clasificamos como sanfranciscana. Principalmente en lo rela• tivo a conventos espaciosos, pocas cosas más antitestimonio hoy que ellas, y por lo mismo más antiapostólicas, ya que el mundo de hoy repele instiintivamente alambicadas jus– tificaciones teóricas y jurídicas en favor de situaciones de hecho y quiere y exige auten• ticidad y realidades. De momento, sin em– bargo, la .amplitud' de los conventos resulta indispensable cuando se trata de casas de formación. Termina la comunicación señalando algu• nos aspectos de la pobreza cotn vigencia especial en nuestro tiempo: el ya menciona– do del testimonio; el aspecto soe1a1, y con

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