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leyes, aún en bloque ( o en rieglamentos etc.), nos pegan un sentido de relatividad, que nos dificulta ver la voluntad de Dios. Además en nuestra sociedad democrática no sabemos coordinar teológicamente con el Evangelio el derecho a la crítica, a la rebelión (problema que actualmente se vive también en la familia). La crítica no es sólo un derecho, sino también una obligación: en la tradición se encuentran muchos textos claros en el sentido de que la obediencia iincluye también el principio de la rebeldía legítima. Pero es dificil coordinar teológi– camente esto con el espíritu evangélico. También se han maniíestado, precisa– mente al principio de este diálogo, algunas dificultades teóricas sobre el concepto mismo de obediencia. Uno ha afirmado que ésta comprende también a:l superior, de suerte que no se trata de bipolaridad entre supe– rior y súbdito, sino que más bien ambos están comprendidos dentro de la misma polaridad. -Le ha resp·ondido el ponente: La obediencia de suyo es del súbdito, aunque i,ntervenga también la actitud del superior. -Ha agregado un tercero: E'l ponente ha partido de categorías escolásticas, y bien; mas es posibl!e también recurrir a categorías más bíblicas, de las que surge una obedi<en– cia más total. Pero no se trata de oposi– ción entre dos concepciones, sino de com– plementaridad entre ambas. -El primero replica: La autoridad no s1e debe encarnar sólo en el superior, si,no que es toda la comunidad la que debe llevar al bien común.. . -Se levanta un cuarto: Hace falta estudiar la sociología de los grupos (¡los grupos son anteriores a la revolución francesa! ... ), qu1e atiende más al bien de todo el grupo que al de cada miembro: el individualismo mata el grupo. La autoridad puede concebirse en dos sentidos: como jardinero que cuida de un jardín, o como cabeza de u,n organismo, encargada de mirar por el bien del todo. La autoridad no reside necesariamente en el superior; p.ej . en una diócesis acaso no ejerce tanto la autoridad el obispo, sino un director o un maestro; o en una Provincia no manda tanto el Pro– vincial cua.nto su secretario u otro Padre influyente. -Mientras el primero muestra con gestos estar de acuerdo con esta expli– cación, el moderador del diálogo corta este debate recordando que prom€temos obedien- 34 cia al superior y no a un doctor o a un secretario ... Fuera de la sesión, se ha presentado para la consideración del Congreso esta propo– sición, que sin embargo ,no ha podido ser examinada: "El voto de obedie,ncia que superiores y súbditos emiten coram Ecclesia, más que la r,elación jurídica de superiores y súbditos, o la paternal del monacato, debe mirar la relación que va entl'e hermanos que han hecho donación total a Dios y a las criaturas de sus voluntades, y que a todos deben servir". 2) En el binomio obediencia-apostolado ¿ debe prevalecer el respeto a la personalidad de cada religioso, de suerte que se le deba subordinar el apostolado estructurado, o viceversa? Esta cuestión -ha observado uno- es igual a esta otra: si el superior puede coartar los carismas individuales en bene– ficio dte una actividad organizada. -A lo que ot,ro ha agregado: En la -tradición francis– cana se ha resaltado mucho el derecho del súbdito a seguir su carisma (los Btos. Juan de Cetina y Pedro de Dueñas buscaro,n el martirio contra la voluntad de su Pro– vincial) . . . De hecho -:-ha completado el primero- en S. Francisco se encuentra algo en este sentido. -Es un tercero quien plan– tea a fundamentis el problema insistiendo en u,n enfoque que él mismo presentó ya con ocasión del tema sobre la fraternidad y volverá a presentar todavía: La cuestión es graV1e, porque afecta a la naturaleza misma de la Orden Franciscana. Pues de– p,ende de que ésta sea primariamente para vivir la experiencia de S. Francisco de imitar a Cristo Crucificado, o más bien para cum– pli,r un servicio en la Iglesia. St lo primero, los superiores deberán dejar a los súbditos seguir su carisma; si en cambio la Orde,n es un ejército organizado para ministerios determinados, nuestros superiores podrán, como los de otros institutos, sacrificar los carismas personales -en beneficio de una actividad estructurada. De aqui depende también la indole del apostolado francis• cano: en la primera hipótesis, hay que con– cluir que hay apostolados que no podemos aceptar porque no se armonizan con nuest•ro espiritu; en la segunda hipótesis, por el bien del apostolado podremos sacrifica,r algunos aspectos de nuestra vida religiosa.

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