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a formar parte ,clel nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual este pueblo, s'in dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el muindo y en todos los tiempos" (Const. "Lumen Gentium" n. 13). B) La fraternidad de S. Francisco. Estos afanes comunitarios de la sociedad y de la Iglesia conciliar, encajan perfectamente en el espíritu de S. Francisco. El rompió con los moldes del monacato y llamó a sus religiosos frailes (fratres) y hermandad (fraternidad') al movimiento co– menzado por él. Es multitud las veces que repite la palabra ''frater": 100 veces e,n la Regla I, 47 en la II, 12 en el Testamento. Decía (Regla I c.22) como Cristo: "Vosotros todos sois hermanos, y a nadie Iraméis padre sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre que está en los Cielos" (Mt. 23, Ss.). Les amonestaba a demostrarse mútuamente ca– ridad, afabilidad y familiar conversación. Su fraternidad era universal: "Quien por fuerza del amor se hada hermano de todas las criaturas no será maravilla que la cari– dad de Cristo le hiciera hermano especial de aquéllos que con mayor perfección tieinen impresa la imagen del Señor" (Celano). Pero muy particularmente la sentía para con los enfermos y pecadores. Y amaba especial– mente a sus discípulos. Y quería se ama– sen así, por su hel'.mandad espiritual: "porque si una madre ama y cuida a su hijo cornal, cuánto más deberá cada uno amar y cuidar a su hermano espiritual". Les recomendó la unidad con las mismas palabras de Jesús e,n la cena (Regla I c. 22). C) Breves aplicaciones prácticas. Todas las estructuras de la Orden, jurídicas, apos– tólicas y vivenciales, deberán ir por tanto construidas sobre la auténtica fraternidad. El esquema de las nuevas Constituciones Generales lo pone de manifiesto. ¿Pero salva la verticalidad de los votos ofrecidos a Dios. la sumisión vertical a los superiores, el sentido de renuncia propio de la obe– diencia ... ? Es ,necesaria una estructura ju– rídica, y una autoridad que pueda decidir, para evitar la anarquía. La mejor conclusión de todo esto es lo que el Concilio dice sobre la caridad frater– na, sobre la obediencia, sobre la responsa– bilidad de los superiores ... 28 El ciiáiogo: A l_a ponencia del P. Alvarez siguen dos comunicaciones del P. Alcántara. En la pri• mera resarta el espíritu de fraternidad que debe informar la vida común y la actuación de los superiores (al servicio de los herma– nos): puntos que luego se desarrollarán ampliamente en el diálogo. En la segunda, habla del problema siguiente, con el que precisamente se abrirá el diálogo: 1) Unidad de las familias franciscanas. El P. Alcántara ha advertido que sin esta unidad nos será imposible el testimoinio de caridad, cuando lo que nos separa son razo– nes históricas de ,orgullo. . . Ahora habría que procurar hacer los Constituciones Ge– nerales en común, y fácilmente se llegaría a la unidad, respetando las diferencias étni– cas, locales, familiares; y renunciando al triuinfalismo. El ponente se dice de acuerdo. Pero observa justamente que no es tan fácil la solución! Ni por ello se impide nuestro testimonio de ·caridad. Aún sin llegar a la unión, debe haber mayor unidad. -Otro hace notar que el Concilio no exige propia– mente unión e,ntre varios institutos simila– res, sino federaciones y coordinación. Pero aún respetando la autonomía de cada Rama u Orden Franciscana, urge un mayor espíritu fraterno y una colaboración más efectiva entre todas. En este sentido ha sugerido un congresista: "La fraternidad debe tener una manifestación de preferen– cia entre los miembros de la I Orden y entre éstos y los de la II y III Orden; natu– ralmente debe cristalizar en realidades de ayuda mútua". 2) Sentido de la fraternidad franciscana.. En el diálogo se plantea este problema bajo enfoques diversos; sobre todo, por los polos de mayor tensión: superiores-súbditos, Pa– dres,-Eermanos. -Para reconstruir la fraternidad francis– cana, hay que comenzar por la base. Princi– pio evangélico: el mayor sea el servidor de t•odos. En la era constantinia,na se olvidó mucho esto, la obediencia se hizo militar aún en la Iglesia. La obediencia francisca– na, particularmente, no se apoya en el derecho. Y debemos defender esta carac– te•rística: como fuimos herejes de la pobre– ¡,:a, lo debemos ser de la obediencia. Nuestra

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