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así más ef:.caz. Se le objeta que histórica– mente ha sido lo contmrio; que debe su– perarse . un concepto errado del superior como si fuese un dictador que todo lo impone¡ la reforma debe partir de todos: superiores y súbditos. Varios recuerdan la norma fundamental del Concilio: a los su– periores .toca decidir, pero después de haber consultado a los súbditos. Vi,ene una puntualwación importante: -Al hablar dé reforma, conjugamos dos cosas. Los modos o estructuras se nos impondrán de arriba; p·ero ]a '·'mentalidad" de reforma debe ser de todos. En las reformas fran– ciscanas, los primeros inici,adores general– mente aparecen como r•ebe1des, aunque por buena voluntad; sólo en un segundo mome,::1- to vienen los santos auténticos. Hoy es dificil q,ue l&s reformas •estructurales ven– gan de abajo; p•ero si debe venir de todos el espíritu de reforma: humilde recono– cimiento de nuestras faltas, de nuestra n,e. cesidad de revisión, de nuestro liroitacioo.; humildad para escuchar al Espiritu que habla por ]os superiores y por los súbditos, sobre todo por lo•s más sinceros. Se requiere humild&d aún para experimentar y ensayar, y esperar. Puede haber ol'gullo en querer tener todo arreglado •en seguida. Más tarde los ensayos cristalizarán en formas uni– versales: genera1es para toda la Orden, y particulares para cada nación o provincia. 4) Otro problema bá.sico, que aflorará también en otros t,emas, surge ya ahora. Uno protesta porque se ,establece demasiada división entre el espi·riitu franciscano y la vida primitiva franciscana. Si nuestro espí– ritu no se concr-etiza ,en formas semejantes a ésta, corre peligro de volatrnzarse. Se advierte en algunos demasiado miedo a la reforma en cuanto retorno a la,s fuentes, que siin embargo debe aceptarse como más ne– cesaria q,ue la simple adaptación. El ponente responde que _la distinción la estableci!q ya S. Buenaventura: él no com– partía la pos-ición de los Espirituales, y no por eso vamos a considerarlo espúreo; si no hubi-ese organizado la Orden como la organizó, ésta hubiese desaparecido ... -Otro afiade que S. Buenaventura distingue dos períodos: la era seráfica (corresp·ondi.Jen– te a S. Francisco), y la era querúbica (para quienes no son capaces de la era seráfica, pero que mirarán a ésta como a su ideal); que él de hecho fue un adaptador, y no un reformador. P,ero algunos congresistas insist•en en el problema: -Esa d-istinción podrá ser jus– tificada históricament,e; pero actualmente ¿cuál~s son Jas fuentes a que debemos volver? ¿Debemos buscar Uil'J. franciscanismo de ma,sa o de s•elección? Las respuestas saltan en confusa preci– pitación. Uno advierte que es necesario volver a S. Francisco, pero a sus discipulos y a S. Buenaventura sólo como a mediatizado– res: Lo que S. Buenaventura hizo para su tiempo, debemos hacerlo nosotros para el nuestro. -Otro cree que S. Francisco vi– vió el Evangelio a su modo, que exegética– mente puede ser criticable, y que muy pron– to, ya en er mismo Cela.no, aparecen las leyenc1as. S. Buenaventura encauzó el movi– miento por medio de la le 1 gislactón. S. Fran– cisco no es sólo p,ara una selección, sino también para la masa: porqt.;,e admite di– versas reaMzacione,s, que fueron conocidas y aprobadas por él. .. Aquí vuelve a ·repetirse la pregunta: -¿Masa o selección? la primera pregunta a que debemos responder es: ¿qué francis– canismo queremos nosotros? Alguien cree hallar la respuesta en el Concilio. Con muchas palabras y discusio– nes -advierte- estamos diciendo lo que el OonciUo en dos lineas: que es necesario volver al fundador y a las "sanas tradicio– nes" del instituto. Para nuestra Orden, "sa– nas tradiciones" son S. Buenaventura, S. Bernardino, etc., que enriquec1eron, explici– taron y ,adaptaron a las circunstancias el ideal primitivo. No admitir esto -conclu– ye-, es u topia. Más tarde alguno propuso por escrito esta declaración general, que no pudo ser discutida: La "vuelta a las fuentes", más que el análisis de hechos y exégesis de tex– tos históricos, significa la p:iesta al dia, hoy y ,aquí, de aquellas fuentes bíblicas y eclesiológicas que en siglos pretéritos mo– tivaron aquellos hechos y apreciaciones. Pero hay quien en el mismo diálogo vuelve a propugnar ,el ideal primitivo. Cree que se establece demasiada distinción e:r¡.tre las re– formas y el espiritu franciscano. La fide– lidad de S. Buenaventura consistió en con– servar las formas puras adaptándolas. Es lo que debe pretenderse ahora: buscar es-

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