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60 Saturnino Ara Nos queda el recurso y la satisfacción de remitirnos al Vaticano II. Se lee en la Constitución « Lumen gentium »: En virtud de esta cato– licidad, cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumentan a causa de todos los que mutua– mente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo reúne a personas de pueblos diversos, sino que en si mismo está integrado por diversos órdenes. Hay, en efecto, entre sus miembros una diversidad, sea en cuanto a los oficios, pues algunos desempañan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos, sea en razón de la condición y estado de vida, pues muchos en el estado religioso estimulan con su ejemplo a los her– manos al tender a la santidad por un camino más estrecho. Además, dentro de la comunión eclesiástica, existen legítimas Iglesias particu– lares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la Cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla. De aquí se derivan finalmente, entre las diversas partes de la Iglesia, unos vínculos de íntima comunión en lo que respecta a riquezas espirituales, obreros apostólicos y ayudas temporales. Los miembros del Pueblo de Dios son llamados a una comunión de bienes, y las si– guientes palabras del apóstol pueden aplicarse a cada una de las Igle– sias: El don que cada uno ha recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios (1 Petr. 4,10). Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que simboliza y promueve la paz universal, y a ella perte– necen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la gracia de Dios llamados a la salvación » 5 1. La universalidad y catolicidad del Puebo de Dios se pone de mani– fiesto en el fortalecimiento de las peculiaridades nacionales (incul– turación evangélica) y también en la distinción entre vocación sacer– dotal y religiosa-laical (igualdad en la desiguadad). No sabriamos si precipitamos un juicio negativo, al manifestar el convencimiento ck, que va a contribuir muy poco a resolver problemas como el que nos ocupa. 51 Const, « Lumen gentium », n. 13. Del sacerdocio commún y ministerial se habla en el n, 10. De los carismas en el Pueblo de Dios, en el n. 12.
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