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42 · ·· ·Saturnino" Ara la -palabra: Es lo que podríamos resumir en la expresión, cura pastoral o de almas. Recuerdo el impacto de un debate televisivo de la radío televisión italiana sobre el sacerdocio. Para algunos, los mejor formados y pro– gresistas, el sacerdote aparecía como el hombre de la ,enseñanza, el comprometido con la justicia, el asesor en la resolución de problemas sociales, etc.; para los menos religiosos, al sacerdote ,era el hombre encerrado siempre en sus funciones mistéricas, idea de la continua– ción del sacerdocio según la mentalidad no hebrea, cuanto greco– romana. Una voz disconforme, pero días después y en el períodico, puso en claro la misión del sacerdote católic.o, cómo servidor del pueblo de Dios, siervo humilde y humillado desde el día mismo de la institución del sacerdocio, la tarde del Jueves Santo, víspera de la inmolación. La cura de almas, entendida como dedicación del presbitero a la función de enseñar, santificar y regir, la aclara el decreto sobre el ministerio de los presbiteros o « Presbyterorun ordinis » en los nú• meros 4,5 y 6. Estas funciones y la potestad sagrada que presuponen, traen su origen sacramental de la recepción del orden sagrado. La vida religiosa parece sentirse discriminada o simplemente no favorecida por el vigente Código de Derecho Canónico, cuando cons– tata que algunos de sus componentes pueden desarrollar esa actividad, que llamamos cura de almas, y en favor de los propios religiosos, y otros no, es decir, los superiores, que deben ser sacerdotes, miembros de los institutos clericales de derecho pontificio. Las disposiciones del Código, se afirma, resultan un compromiso con una eclesiología que no ha dado todavía ese giro que algunos esperaban. En realidad, la Iglesia se fundamenta en el dualismo jerarquía-laicado. Limitación que tanto condiciona nuestros modos de pensar y vivir las realidades eclesiales. Dualismo inadecuado, por– que distingue demasiado, cuando no evidencia suficientemente la unidad bautismal y eucarística que une a los laicos y a los mismos ordenados en el úncio Espíritu. Distingue demasiado poco, porque dentro del ámbito de esta unidad recoge un único elemento, el del ministerio ordenado. Piensa negativamente en el resto: laicos o no clérigos, y deja del todo en la sombra la maravillosa variedad de ca– rismas y dones del Espíritu Santo 27 • 27 Cfr. FoRTE B., Sul sacerdocio ministeriale. Due rneditazioni teologiche,

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