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40 Saturnino Ara· la duda sobre si el vigente Código de Derecho Canónico favorece, con sus disposiciones, la vida religiosa clerical. Porque a unos porcentajes, que no sobrepasan la cuarta parte de la vida religiosa, concede unas posibilidades de las que no pueden disfrutar las otras tres cuartas partes. Y aún dentro de esa cuarta parte aparece una otra posible figura de discriminación: superior religioso únicamente quien puede ejercer la cura de almas, como ya hemos indicado y luego veremos con más detalle 22 • Aquí cabría la pregunta sobre el sentido del ministerio que no es ordenado, pero es ministerio eclesial. La historia de la Iglesia re– conoce la existencia de una imponente institución de ministerios no ordenados, dotada de un aparato canónico de vastas dimensiones: la de los ministerios de los religiosos 23 • La reflexiones anteriores sobre los ministerios de los laicos y la cooperación o colaboración en la potestad jurisdiccional parecen útiles a la comprensión de los ministerios de los religiosos y la distin– ción entre institutos clericales y laicales del canon 588. Una observación final: El Vaticano II pone en guardia contra la interpretación que pretende reducir el laico a una especie de ins– trumento hábil para la transformación del mundo, reservándo para los clérigos el servicio intraeclesial. Una tal dicotomía sería contraria a la unidad del pueblo de Dios y unicidad de la misión evangeli– zadora 24 • 22 Sobre la autoridad jerarquica y autoridad religiosa, veáse UNION DE SUPE– RIORES GENERALES, XXV Asamblea o Reunion, « Mutuae relationis ». Comprensión y aplicacion del documento, Villa Cavalletti, 25-28 de noviembre 1981, pag. 94 ss. 23 Cfr. DrANICH, o.e., pag. 303 ss. Escribe en páginas 307-309: « En el ancho l ríquisimo campo de estos ministerios no ordenados se ha llevado a cabo el mayor esfuerzo de clericalización que se haya verificado en la historia... Parece, por tanto, que todo ministerio es tanto más digno y se cualifica como más eclesial cuanto más se parece al ministerio ordenado. No es que los monjes y los religiosos no hayan reaccionado a este movimiento... Realmente es sinto– mático que nuestra generación cristiana esté asistiendo por todas partes al nacimiento de asociaciones de tipo monástico o de comunidades comprometidas en importantes actividades eclesiales, pero que no pretenden ningun estatuto canónico, sino que intentan comprometerse de forma automática en particulares actividades con determinadas formas de vida». 24 Sobre la unidad de la historia, véase Duouoc C., Liberación y progresismo. Un diálogo teológico entre América Latina y Europa, Santander 1989, donde se escribe en pagina 89: « No hay dos historias, una profana y otra sagrada, yuxtapuestas o intimamente unidas, sino un único devenir humano irreversible• mente asumido por Cristo ».

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