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166 SATURNINO ARA vida religiosa en una perspectiva de obediencia y autoridad que nos habían hecho olvidar corrientes ascéticas predominantes en los años anteriores al mismo. La obediencia tiene un valor de propia iniciativa y responsa– bilidad, y por parte de quien manda es una función de servicio que ayuda al grupo para que cada uno afirme su propia individualidad y siga mejor la voz o dictado del Espíritu. Los hijos de San Francisco han descubierto con sorpresa que la línea evangélica de obediencia tal como la describe el Vaticano II es la que enseñó e inculcó su Fundador. Hechos éstos al principio de la libertad y primacía de la persona humana, deberían entender mejor que otros el que nuestro mundo se haya empeñado en hacer de sus relaciones sociales un principio básico de respeto a la persona y se haya lanzado tras las fórmulas técnico-jurídicas que aseguran la participación activa de los súb– ditos y el mejor desempeño de la función de servicio. Entre los franciscanos como entre los demás religiosos se habla del derecho de participación, de voto, de renuncia al cargo, supuesto un límite de edad, de organización de base: capítulos y corresponsabilidad, etc. La privación de tales derechos podría suponer además de una falta contra la Fraternidad, la violación de derechos humanos muy sagrados. Una reglamentación adecuada de estos derechos serviría para ayudar a hacer valer la propia personalidad e individualidad de quien de forma cons– ciente, libre y responsable renuncia, a veces, al uso de estos derechos en bien de la propia fraternidad. Se ha afirmado con razón que no es la fijación de los derechos la que vitaliza la unión de la fraternidad. Y reconocemos que esa fijación de derechos no da su auténtico vigor a la función de servicio de la auto– ridad ni a la actitud responsable que supone todo acto de obediencia. Pero reglamentar esos derechos, fijar bien los límites no es crear desconfianza, sino una necesidad, a nuestro juicio innegable, de responder a las exi– gencias de una sociedad, cristiana en el fondo y secular en la forma, y que a la vista de esa falta de normativa considera nuestra convivencia poco humana e incluso no cristiana. 2.3. La Minoridad Muchos autores han explicado la minoridad franciscana como una con– secuencia de la pobreza o, si se quiere, como una exigencia de la misma, tomada en su sentido m:is amplio de renuncia interior; otros la han ex-

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