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432 FIDEL AIZPURÚA DüNAZAR No escuchó a nadie. Era algo prototípico. Dibujaba bien la cerrazón de muchos cristianos del año 90 que miraban de nuevo a Jerusalén como solución a sus dilemas, como sosiego para sus zozobras. En Tróade hubo un atisbo de cambio de orientación cuando Pablo se decidió a hablar de lo que había que hablar: del Jesús que ofrece posibilidades de vida. Incluso en Mileto hubo tiempo para un discernimiento sereno, tratando de ver más las posibilidades que las dificultades. Pero Tiro, Cesarea y, sobre todo, Jerusalén fueron las ciudades de las «tinieblas», ese mecanismo que hace que la per– sona se cierre increíblemente sobre sus posiciones «suicidas» y no haya medio humano ni divino que le saque de ahí. Ciudades para las tinieblas, ciudades para el sufrimiento inútil. 2.4.9. Malta, Roma: las ciudades de ¡al fin! El tortuoso e hiriente proceso de Pablo en Jerusalén y Cesarea nos abrieron las puertas de Roma y, con ello, de la orientación que debiera haber tomado la misión, la orientación que habría de tomar siempre lo cristiano: algo orientado al corazón de la ciudad, al co– razón de la sociedad. Una religión al aire libre, en el templo de la sociedad, en la liturgia de la vida. En Malta hicimos lo que siempre debiéramos haber hecho: cu– rar y apaciguar el corazón de las personas. Lo que Jesús mandó a sus colaboradores (Me 3,15). Veíamos que cuando la orientación es hacia «los paganos», los beneficios de la oferta evangélica son evidentes. Y llegamos a Roma, ¡al fin! Era la meta que tendría que haber sido el punto de partida. Pablo llegó con su bagaje judío aún vivo. Pero allí no tenía el contexto de las ciudades de Asia y, menos toda– vía, el de Jerusalén. Por eso, pronto vio de manera definitiva, así lo creímos, que el campo de misión era el corazón de la gran urbe, el corazón del imperio. La humilde semilla del mensaje sembrada en los campos de Galilea por el nazareno llegaba a su lugar, a la tierra en la que quería fructificar. Desde entonces, fe y secularidad están llamadas a la fraternidad.

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