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430 FrnEL ÁIZPURÚA DoNAZAR Pero allí se gestó la fe. Y quizá hoy, como entonces, sigue siendo lugar de acogida para quien es echado de su patria 73 • 2.4.5. El sur del Asia Menor: Las ciudades que elaboran el conflicto Esas fueron las de la primera fase de la misión que se expandió desde Antioquía: Pafos, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra. Peque– ñas poblaciones de poco renombre. Ahí vimos que el conflicto iba a acompañar a la misión, que nada iba a ser fácil, que, como luego diría el mismo Pablo, «había que pasar mucho» (14,22). Mal que bien supimos allí, en esos pueblos perdidos del interior de Pisidia y Licaonia, que el conflicto era inherente al creer y que había que ela– borarlo de la manera que fuera. Nos parecía que situándonos en el lado de los paganos, de la secularidad, diríais vosotros, el conflicto menguaba y que se acrecentaba cuando nos situábamos en el terre– no de la religión. Pero el amor crecía a contracorriente, a pesar de todo. Un amor que, en principio, no era militante contra quienes no pertenecían al grupo, sino que tendía a ser amparo para los creyentes en los mo– mentos duros del inicio. Estas ciudades nos enseñaron la tenacidad contra la dificultad y entrevimos las posibilidades del amor. 2.4.6. Grecia fue otra cosa Sí, Grecia fue otra cosa. Tampoco para echar cohetes, pero fue otra cosa. Nunca hubiéramos creído que en la tierra del paganismo ancestral podría arraigar la propuesta cristiana. Pero así fue. Algo le entró a Pablo en el corazón cuando pasó a Macedonia y visitó Filipos. Aquella comunidad pobre, sin sinagoga, unas pocas mujeres, le tocaron el alma. El cariño que destila carta a los Filipen– ses es evidente. Fue una ciudad de envite («Venid a hospedaros en mi casa»: 16,15a), de riesgo asumido, de profecía, de liberación. Un fogonazo inicial que no fue en vano. 73 Antakia es la principal puerta de entrada en Turquía para miles de refugia– dos sirios.

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