BCCCAP00000000000000000001125

VER LA CIUDAD CON LOS OJOS DE DIOS 427 lo que hoy os parecerían meras covachas. Por eso no queda nada de ellas. La vida se hacía en la calle, en los lugares públicos. No os ha de extrañar que la misión tenga un componente público. La pre– dicación estaba donde estaba la gente, y la gente estaba en la calle. El cristiano, por más que lo hayáis recluido en los templos o en las facultades de teología, es una realidad para la calle, para los lugares donde habitualmente está la gente. En la misión cristiana han tenido importancia decisiva grandes ciudades como Antioquía o Roma. Pero, a la vez, otras ciudades más humildes, como Filipos o Tróade han sido decisivas en el decurso de la misión. No obstante, tenéis que medir la osadía del cristianismo primitivo, algo tan insignificante desde el punto de vista social, que apunta al corazón del imperio, a Roma. Es como si ahora decidie– rais apostar por Shangai, por poner un ejemplo de ciudad alejada del cristianismo y decisiva en el devenir de la humanidad actual. No sé cómo tuvimos tal atrevimiento, nosotros que éramos pequeñitas islas en el inmenso mar del paganismo. No se consignan en Hechos los pequeñitos pueblos, las aldeas, tan queridas por Jesús. Pero los pies y el corazón de los misioneros sabían bien que en esos lugares que no han sido nombrados es donde se mantuvieron los cuerpos y los anhelos de los que ofrecían el mensaje. La fe es obra también, y quizá, sobre todo de lo no nombrado, de lo no consignado, de los olvidados en el tiempo. 2.4.3. Jerusalén: lo que no pudo ser Vosotros no sois judíos, aunque me consta que, quienes vais a Jerusalén, experimentáis algo especial. Pero si fuerais judíos, como nosotros, entenderíais muy bien que hubo que aclarar el papel de Jerusalén en la nueva fe que había ya nacido. Por mucho que San– tiago y los de su grupo trabajasen a fondo el papel prioritario de la ciudad en la nueva fe, su esfuerzo estaba llamado al fracaso. Las viejas piedras de los edificios de lo que hoy llamáis la Ciudad Vieja, sus callejuelas, sus patios, todo estaba impregnado de la espirituali– dad de la primera alianza. El nuevo planteamiento rompía sus cos– turas y así fue. Es verdad que Jerusalén es como un pegamento del

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz