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406 FIDEL A1ZPURÚA DüNAZAR cercanía geográfica con Israel, una tradición judía instalada en la ciudad, un ambiente ciudadano de menos presión social religiosa que Jerusalén, un horizonte más multicultural donde una minoría podía salir a flote sin ser ni estigmatizada ni absorbida, una ciudad abierta al occidente, es decir, al Mediterráneo contrariamente a Je– rusalén de espaldas al mundo de los paganos. Por eso, del mismo modo que para la ubicación de no pocos textos del NT se maneja la teoría de la «hipótesis siria», con más razón se podría pensar en la iglesia de Antioquia como el verdadero origen sociológico del movimiento cristiano de una cierta consoli– dación, aun contando con los antecedentes jerosolimitanos 35 • Veamos cómo narran los hechos la constitución de la comuni– dad de Antioquia y los relatos construidos en torno a ella sabiendo, como sabemos, que eso es lo que ha quedado en el imaginario de la comunidad primitiva y que Hechos moldea al aire de sus propias ideas. • Nótese que la constitución de la comunidad helenista brota de un conflicto económico (la sedicente mala atención a las viudas de «lengua griega»: 6,1) y da como resultado una separación aparentemente amistosa y la elección de los siete «hombres de buena fama» (6,1-6), el colofón sobre la expansión de este grupo inicial (6,7); el testimonio cabal de Esteban junto con su marti– rio con una denuncia explícita de las instituciones judías lo que desata una violenta persecución (7, 1-8,la). A partir de ahí se da la gestación de la nueva iglesia una vez que se ha consumado una cierta escisión. Hay que preguntarse sobre el componente de polémica con el que ha nacido la comunidad cristiana, tanto en el caso del mismo Jesús, como en el de la primera hornada de creyentes. Quizá sea algo implícito al hecho de creer 36 • 35 Textos como el Evangelio de Juan parecen que adquieren mejor ubicación en los territorios de la Traconítide, al sur de Damasco, pero en la órbita de la provincia de Siria: Cf K. WENGST, Interpretación del evangelio de Juan, Sígueme, Salamanca 1988, 84ss. 36 Recordar las lapidarias frases de Mt 10,34.

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