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404 FIDEL AIZPURÚA DüNAZAR que bien, en la órbita del judaísmo. Esta no ruptura será la que se querrá imponer, a veces de forma coactiva, a quienes, desde el paganismo, van a llegar a la fe de Jesús (15,19-21). ¿Con qué ojos ven estas comunidades jerosolimitanas la reali– dad de Dios en su ciudad? Subrayamos tres notas: a) Una ciudad donde sigue vivo el anhelo de Dios. Es cierto que es un Dios amalgamado a un sistema religioso de componen– tes variados y dudosos. Pero no se puede negar el componente espiritual de la comunidad, como tampoco se puede negar el componente espiritual de la espiritualidad judía. Este anhelo de Dios podría ser un dinamizador de una fe nueva si hubiera escapado del nacionalismo judío, del concepto de elección, de la idea de superioridad que acompaña a esta clase de anhelos. b) Una ciudad con posibilidades de crecimiento humano desde el lado de la solidaridad más que desde el de la religión, como se ve en el sumario central (5,12-16). Esa sería una veta explotable, aunque el decurso de la narración mostrará que será también un escollo puesto que se entiende la solidaridad solamente con el colectivo judío, no con el resto (6,1). La solidaridad como salida a muchas aporías que plantea el sistema religioso. c) Una ciudad de hábitat esclerotizado que necesitaría una verda– dera terapia. El hábitat está esclerotizado porque las costum– bres están sacralizadas, las jerarquías incuestionadas, se tiene la conciencia de una superioridad moral desigualadora y con una conciencia indiscutible de verdad utilizando el control como arma de sometimiento. Agilizar el hábitat, flexibilizarlo, abrirlo, no temer la mezcla, etc., serían maneras de ver al Dios, Padre de todos, en la ciudad, casa de todos. Los pocos logros en estos ámbitos son lo que quizá ha motiva– do el desplazamiento de lo cristiano hacia zonas del Mediterráneo con menos presión sistémica en las que la indudable novedad del

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