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290 FIDEL AIZPURUA 3. LA POBREZA EN LA VIDA DE LA PRIMITIVA COMUNIDAD La catequesis cristiana ha contado entre uno de sus elementos más básicos el de ,cómo enfocar creyentemente la realidad de lo pobre que, al parecer, hizo parte del entramado· social de las co– munidades cristianas primitivas. No es de extrañar que abunden los textos en los que el tema de lo económico en sus múltiples va– riantes sea tratado desde la fe con intensidad 48 • Tomemos tres ejemplos simplemente indicativos : * 1 Jn 3,16-18: Este texto habla de la permanente voz de la solidaridad. El problema general de 1 Jn es ,que un grupo notable e influyente se ha marchado de la comunidad porque considera que el camino histórico ·de Jesús es tan poco relevante que se precisa buscar y andar por místicas más sublimes para el acceso al secreto de Dios. El autor de 1 Jn fustiga esta huída de la realidad de la vida y de la fe aduciendo un solo fallo de estos que se van: descui– dan la solidaridad. Este fallo es tan básico que se constituye en un contraargumento decisivo para cualquier pretensión sobre Dios. Esa solidaridad, necesaria para la visi,bilización de Dios en la historia, tiene que llegar a concreciones evidentes, como lo indica el texto aducido. La solidaridad se palpa en hechos contantes y sonantes, aunque éste es el único momento en que el autor de 1 Jn habla de bienes. Porque si la fe no llega a tocar las estructuras de lo solida– rio corre el riesgo de la mayor infecundida,d. * 2 Cor 8,7-15: Texto que habla con premiosidad del gozo de la igualdad. Hace parte de ese grupo de textos paulinos que tienen como tema el de la famosa colecta de Pablo en favor de los pobres de Jerusalén que, según Gal 2,10, no solamente ha sido cuestión de honor para él sino también cuestión de fe. Muchos textos, el presente entre ellos, confirman este extremo. Cuando Pablo quiere suscitar el hecho de la colecta y suscitar la generosidad de los cristianos recurre, según la línea catequética más pura del cristianismo primitivo, al valor del ejemplo de Jesús que 48 No es de extrañar que, posteriormente, esto haya pasado, por la vía de los Padres, a la historia de la Iglesia: Cf. R. FABRIS, op. cit., p. 139 ss.

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