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CANTANDO EN TIEMPOS OSCUROS 423 Pongamos un ejemplo sobre el que volveremos en su momento: en el canto de los veinticuatro ancianos de Ap 11,15-19 que quieren representar a la humanidad nueva, al todo de la comunidad, se da gracias a Dios porque ha llegado la hora de la cólera de Dios sobre los fautores de inhumanidad, sobre todas las iniquidades que ha amasado la historia. Es la postura del vidente que piensa que el juicio de Dios va a ser el único camino para reorientar la historia y darle una salida válida. Pero, al acabar el canto, el teólogo afir– ma para nuestra estupefacción: «Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de la alianza» (v. 19). Es decir, por mucha que sea la iniquidad de la tierra, Dios no abando– na su alianza, sus caminos son los de la hermandad, el mal quedará asumido y envuelto en su amor fiel, su justicia no será más grande que su amor. Este contrapunto se desvela en todos los pasajes de Apocalipsis hasta convertirse en un reflejo especular que posibilita otra lectura del texto bíblico. Terminemos diciendo en esta introducción que la lectura que ofrecemos se aleja voluntariamente de la simple hechura literaria del género apocalíptico que tanto ha cautivado, por su peculiaridad y hermetismo, a los escritores de todos los tiempos y que ha gene– rado una jungla de fantasías literarias y aun sociales. Por mucho que tenga su significado, ese elemento no nos es útil para una lec– tura social de Apocalipsis. La tal lectura social pretende poner en conexión el imaginario de Apocalipsis, sus valores de fondo, con el imaginario social actual, nuestros caminos de humanidad en este hoy. Para establecer tal conexión hemos de caminar por una senda de más profundidad reflexiva y vital. Si no, todo queda en una es– téril y folklórica superficie. Además, hay que decirlo de entrada, es precio renunciar o, al menos, poner entre paréntesis la pretensión del vidente de Apocalipsis (de no pocos creyentes) de querer confor– mar la sociedad, la historia, desde una perspectiva religiosa. Tal pre– tensión impide cualquier intento de lectura nueva y malinterpreta la encarnación, la increíble realidad de un Espíritu sumiso y servidor de la historia. Terminemos diciendo que huyendo de lo que se ha dado en llamar «narcisismo del texto» como si esta fuera la única

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