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474 FIDEL AIZPURÚA DüNAZAR F. Contreras, bajo el tema general de la incitación a la conversión, se observa que las cartas se entrelazan entre «culpables y no culpa– bles»: Éfeso, Pérgamo, Sardes y Laodicea, serían culpables y por eso se les llama fuertemente a la conversión. Esmirna, Tiatira y Filadel– fia serían halladas no culpables. «En Laodicea no se encuentra nada positivo. Es la iglesia que padece la situación más deplorable. Don– de el juicio negativo del Señor ocupa más extensión e intensidad en cuanto a palabras y fuerza incisiva, en comparación con el resto de las cartas. Aquí la ruindad llega a estadios de total abyección. Así reza la comprobación de su miseria por parte del Señor, el que co– noce bien la situación eclesial y diagnostica taxativamente: "No eres frío ni caliente". Del estado actual de tibieza, pasa el Señor al deseo: "¡Ojalá fueras frío o caliente!" (3,15); pero incluso esa aspiración le es negada por la fuerza de la más cruda objetividad: "De hecho eres tibio, ni frío ni caliente". Como si la realidad descrita fuese poca, el Señor va enumeran-do sus fallos detenidamente, haciendo ver a la comunidad -que se resiste a admitirlos y se cree en el mejor de los caminos-, el colmo de sus miserias: "Porque dices: yo soy rica, me he enriquecido y no tengo necesidad de nada; y no sabes que tú eres desgraciada, digna de lástima, pobre, ciega y desnuda" (3, 17). Lo lamentable es que vive ilusamente instalada en la mentira y en el peor de los pecados: el orgullo» (F. CoNTRERAS, Estoy a la puerta, p. 132). Pero el esquema de las culpables (juicio negativo-conversión– amenaza) se rompe en la iglesia de Laodicea: juicio-amenaza-con– versión. Y por encima de la dura evidencia de su situación se asegu– ra que la conversión es posible, incluso para el vidente, más allá de cualquier limitación y pecado. Es decir, el vidente queda cuestiona– do por el teólogo en su afán por empujar a la conversión, se quiera o no, mediante métodos coactivos y condenatorios. Añadamos a eso que Ap 3,20 parece tener su fuente inspiración en Cant 5,2, pasaje que narra un encuentro de amor entre el esposo y la esposa. En el cantar de Salomón la esposa se queja amargamen– te porque al abrir, anhelante, la puerta de casa habían desaparecido la voz y la figura de quien ella deseaba. Aquí es justo lo contra– rio: «estoy a la puerta» (Hestéka epi tén thyran). No solamente des-
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