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CANTANDO EN TIEMPOS OSCUROS 473 síndrome de la «conversión». Eso es lo que el autor pretende, que se conviertan «las siete iglesias», unas más y otras menos, según su situación. Para ello, censura, conmina, amenaza, fuerza. Es una pe– dagogía que brota del mecanismo religioso que no ha sido cribado y zarandeado por el respeto exquisito a la persona. Es la perspec– tiva del vidente de Apocalipsis. Pero, como hemos insinuado en la lectura especular de otros textos, el teólogo parece sugerir que hay posibilidad de conexión con Dios más allá de la conversión por la gracia increíble e impensada de un Jesús, y de un Dios extrañamente generoso con esta historia nuestra amasada en el desvarío. Es «el amor infinitamente transitivo de Dios que solo piensa en el bien y en la felicidad de sus criaturas» (A. TORRES QuEIRUGA, Recuperar la creación, p. 233). Al final, se trata de desvelar la certeza que demanda transi– tar por la existencia humana, un Dios «mendigo» de lo humano, limosnero incansable, que no se avergüenza de demandar amor a su criatura. Quizá el teólogo venga a decir que, al final de todo, no es cuestión tanto de conversión cuanto de amor. Armarse con esta idea de Dios puede ser de gran utilidad para conectar con el gran sueño de la ciudad nueva. l. Aproximación al texto Vamos a intentar un análisis retrodiacrónico de las siete cartas que parte de la certeza de la mesa que enamora para terminar en la llamada a todo lector de Apocalipsis a recrear la experiencia de un Dios mendigo de nuestro amor y potenciador de nuestros sueños de novedad. Esa será la trayectoria que va de la carta a la Iglesia de Laodicea hasta las de Éfeso. 1. Cena de amor ( Ap 3,20) Haciendo una lectura retrodiacrónica de Ap 1,9-4, 11 creemos que en la carta a la iglesia de Laodicea y, concretamente, en la au– toinvitación a la cena de Ap 3,20 se halla una cumbre desde la que se puede explicar el conjunto. Efectivamente, tal como lo constata

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