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CANTANDO EN TIEMPOS OSCUROS 465 los derechos humanos quedan como garantes de un modelo de fide– lidad aceptable. Si esos derechos humanos se vieren conculcados in– vocando la fidelidad, tal fidelidad no era de recibo. Además, la fide– lidad excluye toda venganza. Ésta resulta ser el gran impedimento para comprender y agradecer la vida de quienes son fieles. Mientras anide en el corazón de la persona la sed de venganza, la fidelidad se hace imposible, no entra en el horizonte del vengativo. La fidelidad alcanza un nivel superior cuando se trata de fide– lidad al pueblo, al conjunto social, no a una sola persona. Es cierto que el concepto «fidelidad al pueblo» se presta a una inmediata co– rrupción y a un desprestigio por considerarla pura demagogia. Pero también es cierto que ha habido personas que han mantenido una perdurable fidelidad a su pueblo por encima de sufrimientos perso– nales (físicos y psíquicos), más allá de contradicciones institucio– nales y manteniéndose en la cuerda floja de no saber muchas veces cómo preceder. Un caso notable es el del jesuita Fernando Cardenal que ciñó su vida a la revolución sandinista de Nicaragua con todas sus consecuencias, muy duras por cierto. Pero su amor a la sociedad sandinista marcada por la opresión y la pobreza le hizo mantenerse en su fidelidad, creyendo incluso que su fracaso actual no es tanto un fracaso sino una batalla perdida en el gran triunfo del pueblo. ¿Cuáles son los porqués profundos de una tal fidelidad? Él lo ex– plica en sus memorias: «Mis amigos pobres merecen todo mi apoyo por ser personas humanas, merecen compasión y solidaridad, pero para mí hay otro elemento que me empuja ayudarles, y es que hace treinta y ocho años juré defender sus derechos y defender su causa. Pero hay todavía más, hay otra razón que aún fortalece muchísimo más las razones para mi entrega a esos amigos, y es el hecho de que Jesús, con la fuerza de su palabra todopoderosa, nos dice que él está en los pobres. En la vida cristiana hay cosas bien sencillas que nos causan una gran felicidad» (F. CARDENAL, Junto a mi pueblo, p. 449). Estas son las increíbles fidelidades, verdadero cimiento de la ciudad nueva que sueña el Apocalipsis. Solo desde una entrega amorosa tiene esto razón de ser.

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