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CANTANDO EN TIEMPOS OSCLROS 463 pueblo crucificado ~e ilumina desde una lectura en la clave del Sier– vo de Yahvé. El pueblo crucificado centraliza de un modo objetivo determinadas condi;:;iones que son esenciales al siervo doliente: él es el lugar histórico mis adecuado para continuar la redención de Je– sús, el Siervo, aunque no lo sea actualmente y en toda su plenitud» (ELLACURÍA, p. 192). Pero no solamente eso, sino que «por mucho que se acentúen los rasgos del sufrimiento y del aparente fracaso, sobresale la esperanza del triunfo, no lo olvidemos, que ha de tener un carácter público e histórico y que se relaciona con la implanta– ción del derecho y la justicia. Todo lo que pueda haber de represen– tación sustitutiva no obsta para que haya una efectividad histórica» (I. ELLACURÍA, El pueblo crucificado, p. 210). Es justamente esta es– peranza la que apunta a la resistencia. La evidencia de la crucifixión no habría de esconder la maravilla de la resistencia. Y cuando la resistencia es del pueblo, colectiva, sugiere la universalidad: una hu– manidad resistente es la que podrá derrotar al implacable verdugo de la inhumanidad, del expolio, de la opresión económica o política que pretende seguir crucificando a los pueblos de la tierra. Hoy también la resistencia popular está vigente en la historia de las naciones. Dos ejemplos eminentes son la resistencia de los pueblos indígenas en América Latina y la del pueblo saharaui en África. Los primeros, con suerte muy desigual (puesto que hay paí– ses, como Bolivia, e::1 que el indigenismo está ya en la vida pública), sigue siendo una evidencia que las normas jurídicas sobre la pro– blemática aborigen distan mucho de la realidad que soportan estas comunidades, relegadas a las zonas más empobrecidas y sin acce– so a los beneficios sociales que proporciona la riqueza nacional. El problema de la tierra es quizá el punto neurálgico en las reivindica– ciones planteadas durante décadas a los distintos gobiernos, sin que hasta la fecha los resultados satisfagan a los demandantes. Cientos de familias son obligadas a abandonar sus asentamientos ante el avance de latifundistas y empresas forestales para deambular como nómadas por caminos polvorientos, destruyéndose el modo de vida comunitario. Los denominados «grupos no contactados por la ci– vilización», huyen de las excavadoras que penetran en los bosques
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