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438 FIDEL AIZPURÚA DONAZAR errores, pero no pide disculpas. Reincide cada día, su compasión se hunde en la tempestad de la condena. Experimenta un gozo cuan– do dicta sentencia. Mira con mirada aviesa todo comportamiento humano que no coincida con su manera de ver la vida. No tiene di– ficultad en soltar al aire sentencias injustas que hacen mucho daño. No sabe de tolerancia, de compasión. Ignora los matices, todo es blanco o negro a su criterio. Erigiéndose en juez no duda, incluso, en levantar calumnias sobre quien juzga. Duerme tranquilo después de haber hecho una obra de destrucción. Inspirándonos en Hans Keilson habría que decir que «no hace falta que quieras al otro, pero juzgarlo es una aberración» (La muerte del adversario, p. 24). La lectura especular de Apocalipsis desvela el humilde (y a ve– ces fallido) intento del teólogo por mitigar el sentimiento de juicio que parece imbuir a todo Apocalipsis como elemento insustituible de su núcleo. De alguna manera, se identificaría con el aserto del Hno. Roger de Taizé de que Dios solo puede amar. No es que única– mente sea amor, filosóficamente hablando, sino que, de hecho, solo puede amar. No tiene otro remedio que amar. Todo lo que colisione con ese planteamiento tendría que ser revisado. Francisco de Asís lo intuyó por caminos de simplicidad y lo expresó contundentemente: «Tú eres el bien, todo bien, sumo bien, señor Dios, vivo y verdade– ro» (Los escritos, p. 52). De ahí que el cometido de la comunidad cristiana estribe esencialmente en la vivencia y práctica de una vida en amor relacional, alejando de ella, por necesidad, el juicio y la condena. «Cuando la Iglesia escucha, cura, reconcilia, ella llega a ser lo que es en lo más luminoso de sí misma: diáfano reflejo de un amor» (HNo. RoGER, Dios solo puede amar, p. 60). El tortuoso y alejado camino que la comunidad cristiana ha vivido en su azarosa historia en materia de amor no invalida la intención originaria del Evangelio. Por eso, hasta los textos cuestionables de la Palabra (los del Apocalipsis) han de ser leídos, discernidos, acogidos o cuestio– nados desde tal perspectiva. Es preciso potenciar la certeza de que Dios es únicamente bon– dad. Una bondad histórica, un Dios de quien se puede fiar, contra– rrestando el conocido aserto de José Saramago «Dios no es de fiar»

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