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434 FIDEL ATZPURÚA DoNAZAR la victoria destructora ni siquiera de quien ha sido opresor y tirano, como los reyes-generales-valientes-caballos-jinetes y de quien, sobre todo, no lo ha sido como lo son los «hombres de toda clase, libres y esclavos» (Ap 19,18). El silencio es aquí arma de denuncia de un pensamiento, débil en el fondo, que sueña lo nuevo a través de la victoria cruenta sobre lo que oprime. Es comprensible dado el sufrimiento encajado; pero no es aceptable como base de una sociedad nueva. ¿Posibilita este tipo de lecturas la teoría de la especularidad narrativa? No olvide– mos la parte que aporta el lector del texto en la paternidad de lo leído. 7. Vencer desde el amor ( Ap 19.13-14) La primera visión, pórtico al gran sueño de la ciudad nueva, de la sociedad distinta, es un canto de victoria del <~inete» del Me– sías, sobre el mal. Es un canto peculiar. Escrito en los modos de la victoria guerrera es, en el fondo, una victoria desde el lado del amor. El vidente con su verbo encendido y el texto que le inspira (Is 63,1-6) quedan dominados por la espiritualidad del teólogo que es una espiritualidad de fraternidad y de compasión. Efectivamente, hay que caer en la cuenta de las maneras de este jinete victorioso y de su peculiar tropa. El jinete lleva «la capa tinta en sangre» (Kai peribeblémenos himation bebammenon haimati, Ap 19,13), tinta de su propia sangre. Es desde su sangre, desde su honda e incomprensi– ble entrega, desde donde Jesús vence al mal. No vence con el aplas– tamiento y el poder irrecusable, sino desde una entrega amo-rosa hasta la sangre derramada, desde el más básico amor. Y además, su «arma» es la Palabra de Dios. La palabra es un arma de paz, de convencimiento, de respeto. Con la palabra no se destroza ningún cuerpo ni se oprime a nadie. Al ser la de Jesús una palabra de vida (Jn 6,68) no es arma de muerte sino herramienta de vida. Esto con– tradice, en parte, el citado Salmo 2 en que se habla de regir a las naciones con un «cetro de hierro» (En rabdó sidéra, Ap 19,15). En realidad, la LXX habla de «pastorear», no de regir ni quebrar. Su victoria es más próxima a un pacífico pastoreo que a un dominio
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