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424 FIDEL AIZPURUA DONAZAR como reorientador de la vida (lo que harán luego los samaritanos al confesarle como Salvador del mundo). La expresión revelatoria contiene dos elementos soy yo + el que hablo contigo. El término soy yo, aludiendo a Ex 3,14, está dibu– jando la definitiva revelación del ,ser íntimo de Dios. Ya no habrá que preguntar lo que es Dios («soy el que soy») en la realidad mis– térica, en «la nube» (como Moisés) sino en la realidad histórica de Jesús. Esa realidad queda dibujada en el término el que hablo contigo. Hablar es propio de quien pertenece a la historia; hablar en presente (hablo) es característico de quien interpela en todo momento. Es decir, Dios utiliza el definitivo lenguaje revelatorio en la concreción de la historia de Jesús, de la historia sin más. Dios habla en la historia por Jesús dirigiéndose a los niveles que reestructuran la realidad personal. Palpar la Palabra: 1 Jn 1,1 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que han visto nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, acerca de la Palabra, que es la vida. Todos sabemos que el problema básico de I Jn es que un gru• po selecto, influyente y numeroso ha abandonado la comunidad porque considera que la historia de Jesús es demasiado pobre, de– masiado limitada y que es preciso buscar ámbitos más místicos y sublimes donde el anhelo de la persona religiosa quede colmado. I Jn se empeña en decir que es justamente en la historia pobre y limitada de Jesús ( en la nuestra propia) donde encontramos ac– ceso al secreto del Padre. A esos gnósticos espirituales les resultaría vomitable esa expre– sión de que se ha palpado a la Palabra que es la vida. Se está que– riendo decir con todo realismo (el realismo tremendo de conocer por el tacto) que Dios no establece relación con la historia en la palabra misteriosa, etérea y lejana sino en una palabra que se «palpa», la palabra-persona de Jesús de Nazaret, al que se puede palpar como quien acaricia o abraza a un amigo del alma. La Pa– labra palpada no hace sino confirmar nuestras suposiciones del len– guaje de Dios, real como la vida misma, directo a la entraña de lo que somos como per,sonas.

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