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422 FIDEL AIZPURUA DONAZAR gido a la existencia histórica de la persona y sólo será «sagradm> en la medida en que colabore a que el nivel de relación humana se parezca más al tipo de relación que Dios sostiene con nosotros. ¿Dónde se revela Dios? La revelación en lo numinoso sigue siendo un tópico de nues– tra cultura. De ahí la proliferación de los magos-adivinos-echado– res de cartas-tarotistas etc. que nos envuelve. La historia es i-rrele– vante y se quiere escrutar el porvenir en lo ahistórico. En esa línea, la idea de revelación que ha conformado nuestra fe, la de una revelación que viene cede fuera», de un Dios que habi– ta en cdo alto» 6 • Sin embargo, cada vez se abre más pujante y se muestra más evidente la idea de que el ámbito de la revelación es la plenitud de la persona, la historia reorientada 7 • Si esto es así, podemos aumentar nuestro acervo de presupues– tos : Porque Dios habla a la historia y se compromete con ella en la Palabra que se dirige a los niveles vitales de la existencia hasta plenificarla, esa historia será el ámbito del diálogo con Dios, el lugar donde El se revela y donde el creyente resuelve su responsa– bilidad derivada del hecho de creer. Un lenguaje enriquecido La moderna técnica tiene unos medios sorprendentes para en– riquecer el lenguaje. Por ejemplo, los Compact Disc interactivos reproducen a la vez sonido e imagen, de tal manera que la relación lingüística se ve ampliamente potenciada. Algo así ocurre con la Palabra de Dios en la interactividad del lenguaje del Libro enmarcado en la realidad histórica de Jesús de Nazaret y en la comprensión creyente de la comunidad de segui– dores, el NT. Es entonces cuando la «narración» sobre Jesús se 8 Recordar las todavía iluminadoras páginas de J. A. T. Ro11IN:SON, Sincero para con Dios, Barcelona 1967, p. 31 ss. 7 Cf. A. ToRRES QuEIRUGA, La revelación de Dios en la realización del hom– bre, Madrid 1987.

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